Tuesday, June 03, 2008

Ataque de conciencia

Escribí el relato titulado OCHO SALAS específicamente para un concurso literario. Sí, ya sé que es una bajeza, pero con el dinero pensaba comprar libros. Aunque no me exime de mi responsabilidad, relataré el ataque de conciencia que a medio camino de su escritura se reveló contra mí mismo con la certeza de perder la posibilidad de quedar al menos finalista en el certamen.


Pues bien, como dije antes, escribí el relato para un concurso de relatos. Habían dos posibilidades: la primera era escribir un relato pasteloso sobre las maravillas del tema propuesto. La segunda y por la cual mi conciencia me condujo, fue escribir un relato sobre lo que realmente pensaba.

Como bien habrá podido suponer, atento lector, la verdad no peca, pero incomoda, así que ni me mencionaron entre los textos que tenían un risible accésit. Al menos duermo tranquilo sabiendo que no me he traicionado.

OCHO SALAS

Quise comprenderte y no fue fácil. Ya te puedes imaginar, me recorrí todos los pasos previos del menú de mecanismos de defensa, uno por uno, digiriéndolos, hasta llegar a hoy, lo que parece mi particular sublimación. Sí, es lo que deja la terapia, un registro conceptual de nuevos términos con los que intentar comprender esta realidad malsana. ¿Ves?, casi no puedo parar; iba a escribir realidad patógena.



Esta tarde tuve el valor suficiente para caminar hasta lo que tú describiste como la razón final de tu acto. ¿En realidad era ese el motivo o tenías otro fundamento? Ya no importa. Comprendí lo que querías decir; con retraso.



Llegué caminando, midiendo los pasos, no fuera a ser que me entrara el miedo y evitara enfrentarme a la realidad como cada vez que encontraba algo tuyo por casa; una fotografía con los dos sonriendo y la montaña de fondo, tu llavero colgado al lado de la puerta, la sombrilla en el paragüero, tu olor en los muebles, tu ropa en el cajón, en fin, todas esas pequeñas cosas que me obligaron a prender fuego al piso esta tarde y traer conmigo sólo tu maldita carta de despedida. Perdona, no quería exaltarme. Bueno, porqué no, mi terapeuta dice que a veces me reprimo demasiado. Verás cuando se entere del incendio.



Te decía que llegué caminando, al palacio. Lo único que pude coger antes de salir corriendo del piso y sus recuerdos llameantes fue una chaqueta tuya que había colgada todavía en el perchero y mi mariconera, donde traigo tu carta, esta libreta donde te escribo, un par de bolis y tu libro de viaje. ¿Por qué siempre te llevabas Rayuela en la maleta? En tu chaqueta me encontré tu reproductor en uno de los bolsillos y lo encendí. Aún tenía batería después de un año; maravillas de la ciencia. No creas que pulsé play para evadir la realidad, ya no me hacía falta; estoy mejor, de verdad. El fuego purifica. Esta vez quería disfrutar de tu música.



Me senté en una de las mesas de la terraza del bar que hay afuera del Palacio de los Páez de Castillejo, escuchando Un misil en mi placard, del unplugged de Soda Stereo, bebiendo un café solo mientras la canción, de nuevo, me recordaba a Rayuela. ¿Por qué esa debilidad por Argentina? Me quedé mirando la fachada del palacio que hace de museo y desde el principio comencé a entender lo que querías decir.
La portada estaba cubierta por una malla negra, supongo que para restaurar los relieves, o quizá para evitar a los pájaros, no sé bien, pero empecé a sentir el vacío. Sí, era una sensación fría, de tristeza, escalando por dentro. Apagué el reproductor, pedí un Disaronno para coger valor y, cuando lo terminé, entré al recinto, asumiendo que la malla de la fachada se parecía a esas medias negras de encaje tuyas que tanto me gustaba quitarte, lento.



Fui recorriendo una por una las salas, familiarizándome con el que fue tu espacio. Encontré utensilios que me indicaron que estaba desnudando una verdad; había lanzas o soliferrum, como tú me corregirías, alabardas, falcatas y hasta un puñal de ornamento. ¿Por eso elegiste el acero?



Continué mi ruta, periodo por periodo, deteniéndome en piezas que creía que habías nombrado alguna vez; en los pliegues perfectos de las thocatas, poniéndole tu rostro a las esculturas femeninas que carecían de cabeza. Había una que tenía tu mismo cuerpo, una preciosidad pétrea. Llegué a los epitafios y un escalofrío me recorrió entero. Tuve que preguntarme si el mirmilón Actius sería más feliz que yo, muerto temprano y con gloria en la arena.



Subí al segundo piso, volví a bajar, visité los tres patios de nuevo y me dije que sí, que tenías toda la razón, ¿cómo podían decir que dos millones de años estaban reunidos en ocho salas medio vacías? ¿Qué fue del pasado monumental del que tanto se vanagloria ésta ciudad si su museo arqueológico tiene ocho salas? ¡Sólo ocho salas! Te comprendí y tampoco pude soportar esta impotencia.



Sé que no leerás esta carta. Hace un año que te fuiste en la bañera, indignada, sin mí, con las venas abiertas y una cuchilla de acero al lado del shampoo. Muy cinematográfica, por cierto. Pero te comprendí, al final. ¿Cómo podemos soportar el paso del tiempo si nos roban hasta sus pruebas?



Ahora, voy a leerme Rayuela y, depende de lo que encuentre, decidiré entre la azotea de un rascacielos, barbitúricos, una bala o largarme a Argentina; talvez allí cuiden el tránsito de la Historia con más cariño. Siempre la pusiste como ejemplo. Perdona mi negligencia, podríamos habernos ido juntos.


Santiago Berdayes Echeverría.

CRÍTICA, LA MUERTE DEL ARTE.

Como he recibido numerosos correos inquisitivos y tres o cuatro cartas-bomba preguntándome acerca del porqué de las fotografías que aparecen en este blog, he decidido —por seguridad— explicar las razones fundamentales que me impulsaron a colgarlas, aunque claro, si lo explico, la magia del arte desaparecerá. Recuérdenselo a aquellos que les piden que les expliquen un poema o una pintura. Es un atentado contra la razón.


Pues bien, como pueden apreciar, las fotografías son dos. En una aparece una serpiente antropomórfica junto a una mujer dormida y, en la otra, una serpiente alada con una pirámide al fondo. Ambas representaciones corresponden al mito de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada de la cosmogonía azteca.


¿Por qué la elección de Quetzalcóatl? Pues es muy sencillo, tengo dos razones: la primera es demostrar que el mito prevalece sobre el tiempo y los sucesos, permea la conciencia personal y social y establece vínculos interiores entre el mundo individual y el compartido. Ahora bien, este caso particular corresponde a los mexicanos, pues el mito de Quetzalcóatl explica parte de nuestra historia al tiempo que nos separa un tanto de la visión occidental.


La segunda razón es de carácter individual. Al encontrar esas imágenes en la red me sorprendí de la actualidad de su factura, es decir, alguien, en algún lugar, invirtió tiempo y esfuerzo en plasmar su visión del mito, pero una visión actualizada, si no cómo se explica que la imagen de la serpiente emplumada con la pirámide de fondo tenga apariencia de caricatura japonesa ultrafuturista.


Ahora que he matado la magia secreta que me empujó a colgar las imágenes, espero que al menos se comprenda el porqué de mi elección (aunque haya tenido que conducir de la manita al poseedor de la tara que le impedía apreciar el valor de las imágenes).