Esta mañana, al volver de la Ciudad de México de una cita matutina, encontré despejadas todas las vías de carreteras que me conducían de regreso a mi zona habitual de trabajo. Supuse que sería por la hora de media mañana que se nos abría el camino de forma tan maravillosa y así lo venía comentando con mi compañero de viaje, el Lic. Albatros.
El Lic. Albatros es practicante de la religión yoruba, lo que le impide comer coco y semillas de calabaza. Sería algo así como una deofagia, si me permiten el neologismo. Pues bien, en el coche no veníamos sólo el Lic. Albatros y yo, sino que nos acompañaba también una cabeza de cemento que el Lic. Albatros trae consigo para "abrir caminos". Esta cabecita se llama Elegua y así me la presentó nada más subirse al coche y dejarla junto a la palanca del freno de mano. Conociendo al Lic. Albatros, era innecesario preguntarle acerca de la naturaleza de su pedestre amigo ya que el Lic. es muy reservado en lo tocante a su religión. Supongo que una máxima de los integrantes será el mantener el absoluto secreto sobre cómo fabricar cabecitas de cemento.
Como decía, veníamos disfrutando de la velocidad que nos permitía una calzada de cuatro carriles sin demasiados coches transitándola ni patrullas de la policía que nos detuvieran la deliciosa carrera. Fue así como llegamos en veinte minutos a la altura de mi oficina, donde pregunté al Lic. Albatros si tenía su coche aparcado en la fábrica de uno de mis tíos, a lo que me contestó que no, que su hijo ya había pasado por su coche, por lo que me ofrecí a llevar al Lic. Albatros hasta su casa, la cual no dista mucho de mi oficina. Tenía a mi favor el tiempo robado al tránsito y la nulidad de compromisos dada mi reciente vuelta de España al trabajo, lo que me supone cierto tiempo libre hasta que retome el ritmo de siempre.
En lugar de parar a tomar un café, seguimos avanzando en dirección a donde el Lic. Albatros tiene su oficina; llamó por el celular a su mujer para decirle que la esperaba en la receptoría de Teléfonos de México para irse ya junto con ella a su casa una vez pagaran su cuenta telefónica. Íbamos en la carretera federal de México a Puebla, a la altura del Km 23.5 cuando a través del retrovisor miré un coche de la misma marca y modelo que yo traía: un Pointer, de Volkswagen, sólo que ése era azul.
Cuando vi el Pointer en el retrovisor algo dentro de mí me dijo muy seriamente que mejor le dejara pasar. Quizá era la sigilosa forma de conducir de su tripulante o tal vez la manera en que tenían todos los vidrios abajo, en señal de calor una mañana por lo demás fría, así como una franca inconciencia por tener las ventanillas bajadas en un México cada vez más violento y propenso al robo; eso, claro, siempre y cuando uno sea persona de bien.
La cosa es que yo venía manejando y el Lic. Albatros a mi lado. Cuando dejé de hablar con el Lic. para enfocarme en el Pointer azul que tenía detrás, él también se percató del panorama. Sólo me dijo: -Mejor déjalos pasar. Dentro iban tres tipos. Así lo hice, reduje la velocidad de mi coche, permití que el otro Pointer se nos emparejara y poco a poco comencé a desacelerar. El otro coche hizo lo mismo. Entonces no lo dudé: iban a por nosotros.
Por mi mente pasaron dos cosas:
1) No traía conmigo la pistola
2) Tenía que huir o huir
Cuando el otro Pointer comenzó a bajar también la velocidad me di cuenta perfecta de que iban, por lo menos, a robarnos, pero mi mayor miedo era que nos secuestraran. Ahí sí que ni ahora ni nunca podría contarlo. Estaba manejando en el carril de alta velocidad así que en cuanto pude giré en el primer retorno hacia mi izquierda, perdiendo al otro Pointer por la breve ventaja que nos llevaban. Ahora me encontraba en la misma carretera pero en sentido contrario, es decir, hacia México en lugar de Puebla. Aceleré y mientras pasaba lo más rápido posible los distintos obstáculos motorizados, humanos y de deterioro asfáltico le comenté al Lic. Albatros que sería mejor cambiar de coche en la oficina. Yo miraba cada cierto tiempo por el retrovisor, pero no alcanzaba a ver ningún Pointer azul que me siguiera los pasos.
Al llegar al retorno que debía tomar para reincorporarme a la circulación en la que antes me encontraba y dirigirme a la oficina para cambiar el coche, tuvimos la suerte de pasar casi sin frenar por la poca afluencia de tráfico a la vía por la que antes íbamos; en cuanto dimos la vuelta, nos encontramos de frente con el Pointer azul que se había escondido detrás de una camión que veía justo tras nuestro y que al dar la nueva vuelta de 180° sólo separaba de nosotros el camellón y la breve vuelta que acabábamos de tomar. El Lic. Albatros dijo: -No mames güey, son los mismo cabrones, ¿ya viste?-. Y cómo no, mi pie aceleró el coche, encontró huecos donde antes no los había, se hizo estrecho y pasó en medio de distintos coches sin chocar, se le subieron las revoluciones y, con un poco de suerte, logré aventajar al Pointer azul algunos segundos más gracias a que ellos no tuvieron la misma suerte que nosotros, es decir, en la última vuelta tuvieron que esperar a encontrar un hueco en la circulación para incorporarse al carril donde nosotros ya estábamos y comenzar a seguirnos.
En cuanto pude, di vuelta a mano derecha en la primera calle para dirigirme a la fábrica de uno de mis tíos. Al entrar derrapando el Lic. Albatros me pidió que lo bajara allí mismo para ver si continuaban siguiéndonos mientras yo escondía el coche entre los materiales de concreto que mi tío fabrica. En cuanto dejé el coche escondido, caminé hacia la puerta en dirección al Lic. Albatros. Me dijo que acababan de pasar frente a la fábrica y que tenía el número de su matrícula. Fui a buscar a mi tío y le avise mientras el Lic. le llamaba al comandante de la Policía Municipal amigo suyo para que interceptara el coche y tuviéramos los datos de los ocupantes. Por su parte, mi tío se comunicó con sus amigos dentro de la Policía Estatal y les pidió lo mismo.
Al cabo de un rato supimos que esas placas no existían, es decir, que la matrícula era falsa, expresamente fabricada para robar y no dejar huella. Las Policías tampoco dieron con el coche. El Lic. Albatros y yo entramos a la oficina tras dejar a mi tío en la suya. Comentamos los hechos y llegamos a la conclusión de que si no nos iban a secuestrar, al menos nos iban a robar el coche.
Después de comer y de que el Lic. Albatros le cancelara la cita a su mujer en Teléfonos de México, él se fue por su parte y yo volví a coger el coche para regresar al termino de la jornada a casa, ahora sí, con mi .22 en el bolsillo de la chaqueta, con un cartucho en la recámara, el martillo en posición de disparo, el seguro aplicado para moverlo con el pulgar en un segundo y Dios a mi lado, porque ni justicia, ni equidad ni su puta madre va a ayudar a ningún ciudadano en este país que cada día nos desprotege más y más. Hasta que tengamos que disparar.