Friday, September 27, 2013

La mitad del corazón.



Desde niño he alimentado la idea de que si un recuerdo se repasa muchas veces, termina por borrarse o, en el mejor de los casos, por modificarse. Por ello no suelo deleitarme en la vivencia constante a través de la memoria de aquellos buenos años que pasé en España. Tal vez porque terminen siendo un retrato erróneo de la verdad o incluso puedan anularse de tanto revivirlos.

No sé qué me pasa, pero últimamente me estoy acordando, con una gran sonrisa en el rostro, de aquellos años no tan lejanos que me forjaron como hombre. Ahora ha pasado el tiempo y mi hija tiene ya cuatro años que si saber cómo, se me escurrieron entre los dedos,

Me acuerdo de los amigos que murieron, en particular de Rubén, con su acento cerrado de la cuenca minera, su sonrisa pícara siempre dispuesta, esa alma de truhán que tenía para sacarle dinero a las tragaperras y su hispánica picardía para afrontar la vida, la misma que se llevó el Hyundai Coupé en el que retornó al gran centro de la creación para reunirse con sus padres, el que había muerto antes que él aquí en la Tierra y el otro, el amante creador de toda vida y obra de éste universo.

Me alegra recordarte, Rubén, aunque se me empañe el alma al saber que ya no podré estrechar tu mano amiga. Sigues viviendo en mi recuerdo, amigo, junto con esa vida que quedó atrás y que tampoco pudiste compartir conmigo cuando recibí mi destino en Córdoba, allí donde aprendí a buscarme la vida, como me enseñaste.

Allá, en Córdoba, se me quedó la mitad del corazón.

Monday, November 28, 2011

GRACIAS, LUZ.



¿Para quién dirijo estas líneas? Para todos, claro está, aunque no sé a quién pueda realmente hacer llegar el mensaje a lo profundo de su alma; no me concierne, yo sólo soy el mensajero, una voz más que se une al canto a la vida.

La Pachamama me condujo por la noche en la visión que la madrecita Ayahuasca me regaló al asistir a una sesión chamánica de sanación. Descubrí una medicina para el cuerpo y el alma, con vida y humor propios, como un ser vivo más, como todos, como todo.

Durante mi proceso de expansión de conciencia le pregunté qué debía hacer, es decir, cómo podría contribuir con el universo que somos todos. Entonces me di cuenta que lo que más amo, mi labor más sincera, es la escritura. Con ese mutuo asentimiento la Pachamama me encomendó escribir éstas líneas: mi testimonio de luz.

Llegué a la madrecita por mediación de mi amigo de la infancia y ahora compadre Pepe. Ahora sé que la vida nos acomodó uno junto a otro para reír al unísono en la catarata de la dicha.

La primera vez que accedí a la madrecita lo hice con una falsa postura. Creía que el respeto otorgado a la planta estibaba en pasármelo bien, como espectador risueño. Nada más falso. En la ceremonia, donde mi chamana Paola me guió lo mejor que pudo, sólo logré entender que estaba trabado, es decir, tenía un bloqueo inmenso que no me permitiría acercarme a la sabiduría de la madrecita al menos que cambiara mi actitud: tenía que ser humilde.

Con el mal trago de pasar una velada de gente dichosa a mi alrededor mientras yo no podía conectarme con la madrecita decidí liberarme. Nada perdía. Como decía Sancho Panza: “Desnudo nací, desnudo me hallo, ni pierdo ni gano”. Sólo que ahora sí ganamos todos.

La vida se tejió de tal manera que pude llamar a mi madre en su cumpleaños. Le dije de corazón que mi casa era la suya para cuando quisiera visitar a su nieta. Ignoro también si mi mensaje tendrá respuesta pero cumplí con mi parte al dejar ir la loza del rencor que guardaba.

Hice un examen interior de las razones que podrían haberme alejado del conocimiento de la madrecita y encontré que guardaba con vergüenza diversos hechos realizados a lo largo de los años que no fueron los más correctos. Me arrepentí y pedí perdón con el corazón.

Ayer cuando me acerqué al fuego sagrado lo hice de rodillas. Le pedí con sincera humildad que fuera mi guía, que me enseñara. Paola reconoció una voz sincera y a través de su mano santa la madrecita me condujo al despertar de una nueva vida. Se rió conmigo de mi anterior actitud soberbia y me enseñó que me era necesario despojarme de cualquier pedrusco material para emprender el vuelo.

En la ceremonia Álvaro, futuro gran maestro, nos condujo con su música por la belleza universal. Los Icaros (las canciones sagradas o música medicina), expandieron el espacio que me rodeaba y con él mi entendimiento. Todo iba siendo claro, clarísimo.

La medicina otorga un viaje singular a través de su sabiduría a cada quien pero lo hace con un hilo conductor: su mensaje de unicidad, es decir, a través de los símbolos conocidos por el sujeto, muestra en la pantalla de nuestra mente la creación del mundo y la interconexión que existe con todos y con todo.

Lloré por mis hermanos animales, por mis pies calzados añorantes de tierra que los uniera, por mis hermanos hombres que todavía no logran despertar, por los valientes que defendieron siempre la libertad de pensamiento antes que esclavizarse a un mundo ajeno a su verdad.

Mi viaje personal me ayudó a ver la luz colorida en la voz de los cantos, a abrazar el universo y comprender cómo y de qué manera soy parte del todo. Me habló de la responsabilidad de habitar el cuerpo humano que se me prestó para llenarlo de divinidad y disfrutar jugando de este mundo hermoso que comienza a vibrar con la certeza de abrir los ojos del corazón a un mañana completo.

En el círculo me encontré con una pareja de origen judío. Conocí su pueblo desde dentro y a través de ellos ahora comprendo la dura suerte que les tocó, que no nos es ajena pues todos somos parte del todo.

Entendí que los monjes tibetanos meditan por todos nosotros, para mantener el campo conceptual de la realidad de éste mundo.

Entendí que todo lo que había hecho hasta ahora había sido perfecto para encontrarme en el sitio exacto a la hora indicada con los guías que me corresponden, acudiendo al llamado de la nueva luz que me mostró mi divinidad y me enseñó que ahora en éste nuevo cuerpo de Ángel consciente debo reír porque mi camino anterior había sido trazado con total sabiduría para llegar a la madrecita y encontrarme con todos dentro del todo.

Agradezco a mis ancestros y al mí mismo de vidas pasadas por haberme ayudado a llegar a éste momento de inflexión en mi existencia. Agradezco a Paola por su maestría en la conducción de mi nuevo ser, a Álvaro que para mí es un pavorreal con el plumaje extendido cuando canta, a Pepe por dar el salto a la divinidad juntos, a Rebeca, mi mujer y compañera de viaje ancestral y futuro, a todos los que alguna vez han estado en contacto conmigo puesto que todos me trajeron hasta aquí y a todos los que todavía estoy por conocer. Gracias por recibirme en ésta gran familia. Ruego por que la sabiduría de la madrecita y el despertar de conciencia lleguen a sus vidas en el momento indicado como está trazado.

Un gran abrazo de luz.

Tuesday, July 05, 2011

Hoy tuve mucha suerte: sobreviví.

Hoy tuve mucha suerte: sobreviví. Quizá no fue suerte, sino reflejos.

Esta mañana, al volver de la Ciudad de México de una cita matutina, encontré despejadas todas las vías de carreteras que me conducían de regreso a mi zona habitual de trabajo. Supuse que sería por la hora de media mañana que se nos abría el camino de forma tan maravillosa y así lo venía comentando con mi compañero de viaje, el Lic. Albatros.

El Lic. Albatros es practicante de la religión yoruba, lo que le impide comer coco y semillas de calabaza. Sería algo así como una deofagia, si me permiten el neologismo. Pues bien, en el coche no veníamos sólo el Lic. Albatros y yo, sino que nos acompañaba también una cabeza de cemento que el Lic. Albatros trae consigo para "abrir caminos". Esta cabecita se llama Elegua y así me la presentó nada más subirse al coche y dejarla junto a la palanca del freno de mano. Conociendo al Lic. Albatros, era innecesario preguntarle acerca de la naturaleza de su pedestre amigo ya que el Lic. es muy reservado en lo tocante a su religión. Supongo que una máxima de los integrantes será el mantener el absoluto secreto sobre cómo fabricar cabecitas de cemento.

Como decía, veníamos disfrutando de la velocidad que nos permitía una calzada de cuatro carriles sin demasiados coches transitándola ni patrullas de la policía que nos detuvieran la deliciosa carrera. Fue así como llegamos en veinte minutos a la altura de mi oficina, donde pregunté al Lic. Albatros si tenía su coche aparcado en la fábrica de uno de mis tíos, a lo que me contestó que no, que su hijo ya había pasado por su coche, por lo que me ofrecí a llevar al Lic. Albatros hasta su casa, la cual no dista mucho de mi oficina. Tenía a mi favor el tiempo robado al tránsito y la nulidad de compromisos dada mi reciente vuelta de España al trabajo, lo que me supone cierto tiempo libre hasta que retome el ritmo de siempre.

En lugar de parar a tomar un café, seguimos avanzando en dirección a donde el Lic. Albatros tiene su oficina; llamó por el celular a su mujer para decirle que la esperaba en la receptoría de Teléfonos de México para irse ya junto con ella a su casa una vez pagaran su cuenta telefónica. Íbamos en la carretera federal de México a Puebla, a la altura del Km 23.5 cuando a través del retrovisor miré un coche de la misma marca y modelo que yo traía: un Pointer, de Volkswagen, sólo que ése era azul.

Cuando vi el Pointer en el retrovisor algo dentro de mí me dijo muy seriamente que mejor le dejara pasar. Quizá era la sigilosa forma de conducir de su tripulante o tal vez la manera en que tenían todos los vidrios abajo, en señal de calor una mañana por lo demás fría, así como una franca inconciencia por tener las ventanillas bajadas en un México cada vez más violento y propenso al robo; eso, claro, siempre y cuando uno sea persona de bien.

La cosa es que yo venía manejando y el Lic. Albatros a mi lado. Cuando dejé de hablar con el Lic. para enfocarme en el Pointer azul que tenía detrás, él también se percató del panorama. Sólo me dijo: -Mejor déjalos pasar. Dentro iban tres tipos. Así lo hice, reduje la velocidad de mi coche, permití que el otro Pointer se nos emparejara y poco a poco comencé a desacelerar. El otro coche hizo lo mismo. Entonces no lo dudé: iban a por nosotros.

Por mi mente pasaron dos cosas:

1) No traía conmigo la pistola
2) Tenía que huir o huir

Cuando el otro Pointer comenzó a bajar también la velocidad me di cuenta perfecta de que iban, por lo menos, a robarnos, pero mi mayor miedo era que nos secuestraran. Ahí sí que ni ahora ni nunca podría contarlo. Estaba manejando en el carril de alta velocidad así que en cuanto pude giré en el primer retorno hacia mi izquierda, perdiendo al otro Pointer por la breve ventaja que nos llevaban. Ahora me encontraba en la misma carretera pero en sentido contrario, es decir, hacia México en lugar de Puebla. Aceleré y mientras pasaba lo más rápido posible los distintos obstáculos motorizados, humanos y de deterioro asfáltico le comenté al Lic. Albatros que sería mejor cambiar de coche en la oficina. Yo miraba cada cierto tiempo por el retrovisor, pero no alcanzaba a ver ningún Pointer azul que me siguiera los pasos.

Al llegar al retorno que debía tomar para reincorporarme a la circulación en la que antes me encontraba y dirigirme a la oficina para cambiar el coche, tuvimos la suerte de pasar casi sin frenar por la poca afluencia de tráfico a la vía por la que antes íbamos; en cuanto dimos la vuelta, nos encontramos de frente con el Pointer azul que se había escondido detrás de una camión que veía justo tras nuestro y que al dar la nueva vuelta de 180° sólo separaba de nosotros el camellón y la breve vuelta que acabábamos de tomar. El Lic. Albatros dijo: -No mames güey, son los mismo cabrones, ¿ya viste?-. Y cómo no, mi pie aceleró el coche, encontró huecos donde antes no los había, se hizo estrecho y pasó en medio de distintos coches sin chocar, se le subieron las revoluciones y, con un poco de suerte, logré aventajar al Pointer azul algunos segundos más gracias a que ellos no tuvieron la misma suerte que nosotros, es decir, en la última vuelta tuvieron que esperar a encontrar un hueco en la circulación para incorporarse al carril donde nosotros ya estábamos y comenzar a seguirnos.

En cuanto pude, di vuelta a mano derecha en la primera calle para dirigirme a la fábrica de uno de mis tíos. Al entrar derrapando el Lic. Albatros me pidió que lo bajara allí mismo para ver si continuaban siguiéndonos mientras yo escondía el coche entre los materiales de concreto que mi tío fabrica. En cuanto dejé el coche escondido, caminé hacia la puerta en dirección al Lic. Albatros. Me dijo que acababan de pasar frente a la fábrica y que tenía el número de su matrícula. Fui a buscar a mi tío y le avise mientras el Lic. le llamaba al comandante de la Policía Municipal amigo suyo para que interceptara el coche y tuviéramos los datos de los ocupantes. Por su parte, mi tío se comunicó con sus amigos dentro de la Policía Estatal y les pidió lo mismo.

Al cabo de un rato supimos que esas placas no existían, es decir, que la matrícula era falsa, expresamente fabricada para robar y no dejar huella. Las Policías tampoco dieron con el coche. El Lic. Albatros y yo entramos a la oficina tras dejar a mi tío en la suya. Comentamos los hechos y llegamos a la conclusión de que si no nos iban a secuestrar, al menos nos iban a robar el coche.

Después de comer y de que el Lic. Albatros le cancelara la cita a su mujer en Teléfonos de México, él se fue por su parte y yo volví a coger el coche para regresar al termino de la jornada a casa, ahora sí, con mi .22 en el bolsillo de la chaqueta, con un cartucho en la recámara, el martillo en posición de disparo, el seguro aplicado para moverlo con el pulgar en un segundo y Dios a mi lado, porque ni justicia, ni equidad ni su puta madre va a ayudar a ningún ciudadano en este país que cada día nos desprotege más y más. Hasta que tengamos que disparar.

Thursday, August 07, 2008

Sé que existes

Es veintisiete de julio del 2008 y hoy sé que existes. Ya lo sospechaba, pero por fin me lo confirmó tu mamá, por teléfono. Yo estoy en España, contando los días para volver a México y estar junto a ustedes.


Mira, te voy a ser sincero: tu madre y yo estamos bastante nerviosos. Eres el primero, chiquitín. Al principio, cuando la incertidumbre de tu esperada llegada ocupó todo mi pensamiento, me imaginé siendo padre, enseñándote todo lo que puedo, encauzando tu camino con firmes valores, forjándote como individuo independiente y de alta moral. Sí, muy siglo XIX, ¿qué le vamos a hacer si te tocó este padre?


Me sonreía viéndonos en mi imaginación enseñándote a hablar, a caminar tus primeros pasos con mi ayuda pero por tu propia cuenta, a andar en bicicleta sin las ruedas traseras… era la visión de mi paternidad, quizá de manera unilateral, pero de repente, sin esperarlo, la conciencia atravesó mi cuerpo entero y me mostró que tú, pequeñín, vienes de muy atrás, de miles de ancestros, de muchos siglos de andadura. Y, ante todo, que eres único, eres alguien que tendrá su propia conciencia, sus convicciones, sus sueños. Tener la certeza de que tú eres otra persona, separado y al mismo tiempo parte de mí, me sacudió, pues ya no era sólo mi paternidad protectora la que te observaba embelesada, sino la mirada atenta sobre alguien más, vivo y autónomo. Real.


Me pregunto cómo eres, de qué sangres antiguas tomarás tu cuerpo y tu alma, si serás niño o niña. Son tantas cosas, pequeñín. Estoy feliz de saberte presente. No te voy a mentir, éste lugar no es fácil, aunque créeme que no desearía jamás que te quedases atrás, de donde vienes. Esta vida también está llena de luz y los buenos momentos que somos capaces de disfrutar, compensan, con una sola sonrisa, el desbarajuste de la balanza universal.


Te quiero desde ya, desde antes de conocerte. Mis decisiones ya no son sólo los tirones sobre las bridas de mi propia vida que hace poco manejaba a mi antojo. Ahora estás tú, con tu madre y conmigo, apuntando con la luz de tu faro las costas adonde desembarcar. Quiero con todo el corazón ser un buen capitán. Te prometo que intentaré no equivocarme, pero claro, soy, igual que tú, persona, así que no me eches en cara alguna que otra equivocación, que si sucede, no será buscada, pues nos deseo lo mejor.


No he podido comer, pero no es porque me sienta mal, al contrario, el cuerpo no me pide nada; estoy completo. Sí, algo nervioso, como es natural, pero quédate tranquilo, que el desmayo espero que no llegue hasta tu primer grito.

Tuesday, June 03, 2008

Ataque de conciencia

Escribí el relato titulado OCHO SALAS específicamente para un concurso literario. Sí, ya sé que es una bajeza, pero con el dinero pensaba comprar libros. Aunque no me exime de mi responsabilidad, relataré el ataque de conciencia que a medio camino de su escritura se reveló contra mí mismo con la certeza de perder la posibilidad de quedar al menos finalista en el certamen.


Pues bien, como dije antes, escribí el relato para un concurso de relatos. Habían dos posibilidades: la primera era escribir un relato pasteloso sobre las maravillas del tema propuesto. La segunda y por la cual mi conciencia me condujo, fue escribir un relato sobre lo que realmente pensaba.

Como bien habrá podido suponer, atento lector, la verdad no peca, pero incomoda, así que ni me mencionaron entre los textos que tenían un risible accésit. Al menos duermo tranquilo sabiendo que no me he traicionado.

OCHO SALAS

Quise comprenderte y no fue fácil. Ya te puedes imaginar, me recorrí todos los pasos previos del menú de mecanismos de defensa, uno por uno, digiriéndolos, hasta llegar a hoy, lo que parece mi particular sublimación. Sí, es lo que deja la terapia, un registro conceptual de nuevos términos con los que intentar comprender esta realidad malsana. ¿Ves?, casi no puedo parar; iba a escribir realidad patógena.



Esta tarde tuve el valor suficiente para caminar hasta lo que tú describiste como la razón final de tu acto. ¿En realidad era ese el motivo o tenías otro fundamento? Ya no importa. Comprendí lo que querías decir; con retraso.



Llegué caminando, midiendo los pasos, no fuera a ser que me entrara el miedo y evitara enfrentarme a la realidad como cada vez que encontraba algo tuyo por casa; una fotografía con los dos sonriendo y la montaña de fondo, tu llavero colgado al lado de la puerta, la sombrilla en el paragüero, tu olor en los muebles, tu ropa en el cajón, en fin, todas esas pequeñas cosas que me obligaron a prender fuego al piso esta tarde y traer conmigo sólo tu maldita carta de despedida. Perdona, no quería exaltarme. Bueno, porqué no, mi terapeuta dice que a veces me reprimo demasiado. Verás cuando se entere del incendio.



Te decía que llegué caminando, al palacio. Lo único que pude coger antes de salir corriendo del piso y sus recuerdos llameantes fue una chaqueta tuya que había colgada todavía en el perchero y mi mariconera, donde traigo tu carta, esta libreta donde te escribo, un par de bolis y tu libro de viaje. ¿Por qué siempre te llevabas Rayuela en la maleta? En tu chaqueta me encontré tu reproductor en uno de los bolsillos y lo encendí. Aún tenía batería después de un año; maravillas de la ciencia. No creas que pulsé play para evadir la realidad, ya no me hacía falta; estoy mejor, de verdad. El fuego purifica. Esta vez quería disfrutar de tu música.



Me senté en una de las mesas de la terraza del bar que hay afuera del Palacio de los Páez de Castillejo, escuchando Un misil en mi placard, del unplugged de Soda Stereo, bebiendo un café solo mientras la canción, de nuevo, me recordaba a Rayuela. ¿Por qué esa debilidad por Argentina? Me quedé mirando la fachada del palacio que hace de museo y desde el principio comencé a entender lo que querías decir.
La portada estaba cubierta por una malla negra, supongo que para restaurar los relieves, o quizá para evitar a los pájaros, no sé bien, pero empecé a sentir el vacío. Sí, era una sensación fría, de tristeza, escalando por dentro. Apagué el reproductor, pedí un Disaronno para coger valor y, cuando lo terminé, entré al recinto, asumiendo que la malla de la fachada se parecía a esas medias negras de encaje tuyas que tanto me gustaba quitarte, lento.



Fui recorriendo una por una las salas, familiarizándome con el que fue tu espacio. Encontré utensilios que me indicaron que estaba desnudando una verdad; había lanzas o soliferrum, como tú me corregirías, alabardas, falcatas y hasta un puñal de ornamento. ¿Por eso elegiste el acero?



Continué mi ruta, periodo por periodo, deteniéndome en piezas que creía que habías nombrado alguna vez; en los pliegues perfectos de las thocatas, poniéndole tu rostro a las esculturas femeninas que carecían de cabeza. Había una que tenía tu mismo cuerpo, una preciosidad pétrea. Llegué a los epitafios y un escalofrío me recorrió entero. Tuve que preguntarme si el mirmilón Actius sería más feliz que yo, muerto temprano y con gloria en la arena.



Subí al segundo piso, volví a bajar, visité los tres patios de nuevo y me dije que sí, que tenías toda la razón, ¿cómo podían decir que dos millones de años estaban reunidos en ocho salas medio vacías? ¿Qué fue del pasado monumental del que tanto se vanagloria ésta ciudad si su museo arqueológico tiene ocho salas? ¡Sólo ocho salas! Te comprendí y tampoco pude soportar esta impotencia.



Sé que no leerás esta carta. Hace un año que te fuiste en la bañera, indignada, sin mí, con las venas abiertas y una cuchilla de acero al lado del shampoo. Muy cinematográfica, por cierto. Pero te comprendí, al final. ¿Cómo podemos soportar el paso del tiempo si nos roban hasta sus pruebas?



Ahora, voy a leerme Rayuela y, depende de lo que encuentre, decidiré entre la azotea de un rascacielos, barbitúricos, una bala o largarme a Argentina; talvez allí cuiden el tránsito de la Historia con más cariño. Siempre la pusiste como ejemplo. Perdona mi negligencia, podríamos habernos ido juntos.


Santiago Berdayes Echeverría.

CRÍTICA, LA MUERTE DEL ARTE.

Como he recibido numerosos correos inquisitivos y tres o cuatro cartas-bomba preguntándome acerca del porqué de las fotografías que aparecen en este blog, he decidido —por seguridad— explicar las razones fundamentales que me impulsaron a colgarlas, aunque claro, si lo explico, la magia del arte desaparecerá. Recuérdenselo a aquellos que les piden que les expliquen un poema o una pintura. Es un atentado contra la razón.


Pues bien, como pueden apreciar, las fotografías son dos. En una aparece una serpiente antropomórfica junto a una mujer dormida y, en la otra, una serpiente alada con una pirámide al fondo. Ambas representaciones corresponden al mito de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada de la cosmogonía azteca.


¿Por qué la elección de Quetzalcóatl? Pues es muy sencillo, tengo dos razones: la primera es demostrar que el mito prevalece sobre el tiempo y los sucesos, permea la conciencia personal y social y establece vínculos interiores entre el mundo individual y el compartido. Ahora bien, este caso particular corresponde a los mexicanos, pues el mito de Quetzalcóatl explica parte de nuestra historia al tiempo que nos separa un tanto de la visión occidental.


La segunda razón es de carácter individual. Al encontrar esas imágenes en la red me sorprendí de la actualidad de su factura, es decir, alguien, en algún lugar, invirtió tiempo y esfuerzo en plasmar su visión del mito, pero una visión actualizada, si no cómo se explica que la imagen de la serpiente emplumada con la pirámide de fondo tenga apariencia de caricatura japonesa ultrafuturista.


Ahora que he matado la magia secreta que me empujó a colgar las imágenes, espero que al menos se comprenda el porqué de mi elección (aunque haya tenido que conducir de la manita al poseedor de la tara que le impedía apreciar el valor de las imágenes).

Friday, March 07, 2008

Carta a Santiago

CARTA A SANTIAGO


A la memoria de Santiago Remis-Saucedo.
Descanse en paz.




Estoy escuchando de fondo a Los Tigres del Norte mientras te escribo. Bien sabes que no son muy de mi agrado pero los he puesto para ambientar el entorno ya que después de un año de nuestra definitiva separación siento que si preparo el ambiente me será más fácil escribirte. La prueba es que los he puesto pensando en ti y he recordado a la primera canción cómo te entusiasmaban y lo que discutíamos inútilmente sobre nuestros gustos musicales. En eso también nos parecemos, nunca dábamos nuestro brazo a torcer.


Te voy a ser sincero, no pienso rectificar ni una sola línea de las que te escribo, voy a dejar que corra la tinta al mismo tiempo que fluyen los pensamientos, así que si en tu afán de encontrar mis errores descubres que he repetido palabras o las frases quedan medio confusas, no te creas que es por falta de oficio, sino por temor a que se me inunden los ojos si repaso estas letras.


¿Alguna vez escuchaste hablar de George Perec? Era un escritor francés medio raro pero tiene un libro interesante que se titula en español Me acuerdo. Es curioso descubrir la cantidad de recuerdos medianamente olvidados que vienen a nuestra cabeza si nos ponemos a asociar ideas de nuestra infancia, adolescencia, lugares comunes o lo que sea. Como bien te imaginas tú siempre apareces en todas la líneas que llegué a escribir siguiendo el modelo de Perec. La verdad es que no me sorprendió demasiado, es bastante normal, lo que más que enoja es que no sé si alguna vez te dije o llegaste a imaginarte lo mucho que me importas.


En mi ejercicio de imitación del escritor francés aparecieron los tiempos dorados de Veracruz, ¿cómo no te vas a acordar de Mariela?, la armadura de los Ocampo en Cuauhtla donde tanto te reías cada vez que la golpeaba y caía la visera del caballero de bronce estático, el portón de la casa de Maruca el día que te machucaste el dedo y te quedó negra la uña no sé cuánto tiempo, los caballos del Centro Asturiano, tu miedo al escuchar el silbato del carro de camotes, los abrazos que te daba el abuelo, cuando aprendiste a caminar en Costa de Oro y cuando me decías sonso en vez de hermano y te reías como el cabroncete que siempre has sido al ver que me molestaba y encima te reían las gracias…


Como ves el tiempo tiene al menos la gracia de hacer que recordemos a las personas siempre con una sonrisa en el rostro, a menos que sean unos canallas y en lugar de eso nos den ganas de lanzar truenos por la boca. Pero contigo siempre sonrío. A pesar de nuestras diferencias supimos darnos cuenta a tiempo del cariño que en verdad nos unía.


¿Sabes? creo que alguna vez te dije que el hubiera es el tiempo maldito de nuestro idioma. Nos aviva la mente y comenzamos a darle vueltas a cositas pequeñas y acabamos cambiando nuestro mundo en nuestra imaginación de tal manera que cuando la cruel realidad acaba por alcanzarnos sentimos una desazón tan grande por todo lo que hemos hecho mal o simplemente dejado de hacer que odiamos ese tiempo del español. Contigo también es así; me reprocho más de lo habitual el no haber estado contigo a tiempo. Sé que no hay nada que hacer, lo sé, pero como me conoces espero que entiendas que si no te lo dije nunca es porque suelo encerrarme en esta burbuja que no permito traspasar a nadie. En ocasiones mis silencios se vuelven en mi contra pues la gente que no me conoce demasiado prefiere mandarme al carajo antes que comprender. Por mi parte no los culpo, pero a veces me duele que no me hayan dado siquiera la oportunidad de explicarme. Así que si no te lo dije antes, te lo digo ahora, perdona por no haber estado allí antes.


Mi imaginación se pone ahora a volar y surco océanos y vientos hasta llegar contigo. Te veo adolescente y enamorado de una chica judía que nunca podría haberte hecho el más mínimo caso en atención a las normas. Miro ahora los rayos del sol de España, tan distinto y tan parecido a la vez del de nuestra tierra mexicana, impactando sobre mi brazo, extendiendo su sombra sobre el cuaderno, dibujando la silueta perfecta de mis vellos y recuerdo al instante tu barba. ¿Por qué nunca te la dejaste? Seguro que te hubiese quedado bien.


Lo peor es mamá. No hablamos demasiado, al menos no tanto como tú con ella. Sí, ya sé, son cosas que pasan, que el tiempo va borrando. En fin, naturaleza nuestra. Pero ella me preocupa. No quisiera hacerle la pregunta fácil de que tan repetida pierde su significado. ¿Qué me diría? “bien, no te preocupes”. Quizá piense que no la entiendo. Y tal vez tenga razón, pero de cualquier manera intento ponerme en su lugar y sé que no son fechas fáciles. Estas distancias lo complican todo.


No sé, a veces cuando pienso en ti me voy por las ramas y me acomodo en respuestas fáciles. Me da por divagar, por darle sensatez a los hechos y creer que al menos la filosofía puede otorgar una repuesta. Al final no hallo ninguna, al contrario, me deja todo este devaneo con una desazón infernal que no cuaja más que en nudos de garganta y un par de blasfemias sinceras.


¿De qué sirve que estemos aquí? Y sin embargo nos aferramos a este mundo, a esta realidad. Cada vez que me lo pregunto creo llegar a una respuesta definitiva, al menos para mí lo es; creo que estamos aquí sólo para disfrutar. Sí, ¿no lo crees? No me explico cómo la gente decide hipotecar su futuro e ilusiones en créditos bancarios para hacerse con una casa, un coche, te lo juro que no sé. Tal vez carezcan de ambición o puede que realmente no se sientan mal consigo y su mundo y el que esté equivocado sea yo. En cualquier caso por más vueltas que le doy no tiene sentido.


Perdona, ya me estaba enroscando en uno de mis bucles interminables. Sí, el don de la palabra a veces se trasforma en un poder desmedido puesto al servicio de demasiada gente que no sabe lo mucho que puede hacer con ella, para bien o para mal, ¿me explico?


Estábamos en que si estoy en lo correcto y en este mundo no tenemos más función que pasárnoslo bien pues para sufrir ya hay tiempo o lugar o nada, entonces caigo como te decía antes en justificaciones que por muy sensatas que me parezcan no me dejan conforme. Lo que quiero decir es que aunque tú no estabas bien, que no tuviste oportunidad de disfrutar, que no conociste más que una silla de ruedas y la enfermedad, aún así, me duele no tenerte. Te escribo estas líneas con la secreta pretensión de que si existe otro lugar puedas acercarte hoy en tu aniversario luctuoso a leerla, o si existen otros mecanismos por los cuales puedas ponerte en contacto directo con mi voluntad y pensamiento sepas lo mucho que te extraño y la falta que siempre me vas a hacer.


Apenas hoy pude sacar la foto tuya que me regaló mamá. Le tenía pánico hermano. Y sí, comencé a llorar. Me hacía falta en verdad. Llorarte a solas, en mi departamento, sin música, sin televisión, sólo tu foto y yo, tú en mis recuerdos, tú en cada cosa que hago desde que te fuiste porque asumí que me tocaba vivir por dos.


Sé que no estarás muy orgulloso si te digo que no he comido apenas en dos días. Espero que lo entiendas y me disculpes también por eso. Ya sé que no te gustaría verme así, pero me es inevitable Santiago.


¿Quién iba a decir que serías actor? No se te daba tan mal. Otra de las cosas que nunca te dije es que me enorgullecía verte en los paneles de publicidad gigantes y en la televisión. Sí, me guardé muchas cosas. Me enorgullecía verte luchando por salir adelante, rogarle a Dios que te echara una mano sabiendo muy dentro de ti que era verdaderamente complicado, aguantar vendavales de casa y familia y siendo y aceptando, curiosamente, el crisol de nuestra casa.


Ya han pasado esos días en los que te envidiaba de niño por las atenciones que te daban. Tuve que estar en terapia para comprender que las cabronadas que te hacía pertenecen a la etapa concreta de la infancia y que no pueden juzgarse ahora al trasluz de la madurez. Me alegra haber podido hablar contigo cada vez que llamaba a casa. Lo hacía por ti, no por nadie más. Fuiste tú el que me hizo volver a México apenas a los diez meses de haberme venido a vivir a España. Al menos arreglamos nuestras diferencias. Perdona que no haya regresado a tiempo y que me aferre al clavo ardiente de mi salvación telefónica de estos años, pero las cosas son así y no se pueden cambiar, por mucho que ahora quiera.


Tendría muchas más cosas que decirte Santiago. Pero ya no puedo.




Ángel Manuel Remis-Saucedo