Friday, March 07, 2008

Carta a Santiago

CARTA A SANTIAGO


A la memoria de Santiago Remis-Saucedo.
Descanse en paz.




Estoy escuchando de fondo a Los Tigres del Norte mientras te escribo. Bien sabes que no son muy de mi agrado pero los he puesto para ambientar el entorno ya que después de un año de nuestra definitiva separación siento que si preparo el ambiente me será más fácil escribirte. La prueba es que los he puesto pensando en ti y he recordado a la primera canción cómo te entusiasmaban y lo que discutíamos inútilmente sobre nuestros gustos musicales. En eso también nos parecemos, nunca dábamos nuestro brazo a torcer.


Te voy a ser sincero, no pienso rectificar ni una sola línea de las que te escribo, voy a dejar que corra la tinta al mismo tiempo que fluyen los pensamientos, así que si en tu afán de encontrar mis errores descubres que he repetido palabras o las frases quedan medio confusas, no te creas que es por falta de oficio, sino por temor a que se me inunden los ojos si repaso estas letras.


¿Alguna vez escuchaste hablar de George Perec? Era un escritor francés medio raro pero tiene un libro interesante que se titula en español Me acuerdo. Es curioso descubrir la cantidad de recuerdos medianamente olvidados que vienen a nuestra cabeza si nos ponemos a asociar ideas de nuestra infancia, adolescencia, lugares comunes o lo que sea. Como bien te imaginas tú siempre apareces en todas la líneas que llegué a escribir siguiendo el modelo de Perec. La verdad es que no me sorprendió demasiado, es bastante normal, lo que más que enoja es que no sé si alguna vez te dije o llegaste a imaginarte lo mucho que me importas.


En mi ejercicio de imitación del escritor francés aparecieron los tiempos dorados de Veracruz, ¿cómo no te vas a acordar de Mariela?, la armadura de los Ocampo en Cuauhtla donde tanto te reías cada vez que la golpeaba y caía la visera del caballero de bronce estático, el portón de la casa de Maruca el día que te machucaste el dedo y te quedó negra la uña no sé cuánto tiempo, los caballos del Centro Asturiano, tu miedo al escuchar el silbato del carro de camotes, los abrazos que te daba el abuelo, cuando aprendiste a caminar en Costa de Oro y cuando me decías sonso en vez de hermano y te reías como el cabroncete que siempre has sido al ver que me molestaba y encima te reían las gracias…


Como ves el tiempo tiene al menos la gracia de hacer que recordemos a las personas siempre con una sonrisa en el rostro, a menos que sean unos canallas y en lugar de eso nos den ganas de lanzar truenos por la boca. Pero contigo siempre sonrío. A pesar de nuestras diferencias supimos darnos cuenta a tiempo del cariño que en verdad nos unía.


¿Sabes? creo que alguna vez te dije que el hubiera es el tiempo maldito de nuestro idioma. Nos aviva la mente y comenzamos a darle vueltas a cositas pequeñas y acabamos cambiando nuestro mundo en nuestra imaginación de tal manera que cuando la cruel realidad acaba por alcanzarnos sentimos una desazón tan grande por todo lo que hemos hecho mal o simplemente dejado de hacer que odiamos ese tiempo del español. Contigo también es así; me reprocho más de lo habitual el no haber estado contigo a tiempo. Sé que no hay nada que hacer, lo sé, pero como me conoces espero que entiendas que si no te lo dije nunca es porque suelo encerrarme en esta burbuja que no permito traspasar a nadie. En ocasiones mis silencios se vuelven en mi contra pues la gente que no me conoce demasiado prefiere mandarme al carajo antes que comprender. Por mi parte no los culpo, pero a veces me duele que no me hayan dado siquiera la oportunidad de explicarme. Así que si no te lo dije antes, te lo digo ahora, perdona por no haber estado allí antes.


Mi imaginación se pone ahora a volar y surco océanos y vientos hasta llegar contigo. Te veo adolescente y enamorado de una chica judía que nunca podría haberte hecho el más mínimo caso en atención a las normas. Miro ahora los rayos del sol de España, tan distinto y tan parecido a la vez del de nuestra tierra mexicana, impactando sobre mi brazo, extendiendo su sombra sobre el cuaderno, dibujando la silueta perfecta de mis vellos y recuerdo al instante tu barba. ¿Por qué nunca te la dejaste? Seguro que te hubiese quedado bien.


Lo peor es mamá. No hablamos demasiado, al menos no tanto como tú con ella. Sí, ya sé, son cosas que pasan, que el tiempo va borrando. En fin, naturaleza nuestra. Pero ella me preocupa. No quisiera hacerle la pregunta fácil de que tan repetida pierde su significado. ¿Qué me diría? “bien, no te preocupes”. Quizá piense que no la entiendo. Y tal vez tenga razón, pero de cualquier manera intento ponerme en su lugar y sé que no son fechas fáciles. Estas distancias lo complican todo.


No sé, a veces cuando pienso en ti me voy por las ramas y me acomodo en respuestas fáciles. Me da por divagar, por darle sensatez a los hechos y creer que al menos la filosofía puede otorgar una repuesta. Al final no hallo ninguna, al contrario, me deja todo este devaneo con una desazón infernal que no cuaja más que en nudos de garganta y un par de blasfemias sinceras.


¿De qué sirve que estemos aquí? Y sin embargo nos aferramos a este mundo, a esta realidad. Cada vez que me lo pregunto creo llegar a una respuesta definitiva, al menos para mí lo es; creo que estamos aquí sólo para disfrutar. Sí, ¿no lo crees? No me explico cómo la gente decide hipotecar su futuro e ilusiones en créditos bancarios para hacerse con una casa, un coche, te lo juro que no sé. Tal vez carezcan de ambición o puede que realmente no se sientan mal consigo y su mundo y el que esté equivocado sea yo. En cualquier caso por más vueltas que le doy no tiene sentido.


Perdona, ya me estaba enroscando en uno de mis bucles interminables. Sí, el don de la palabra a veces se trasforma en un poder desmedido puesto al servicio de demasiada gente que no sabe lo mucho que puede hacer con ella, para bien o para mal, ¿me explico?


Estábamos en que si estoy en lo correcto y en este mundo no tenemos más función que pasárnoslo bien pues para sufrir ya hay tiempo o lugar o nada, entonces caigo como te decía antes en justificaciones que por muy sensatas que me parezcan no me dejan conforme. Lo que quiero decir es que aunque tú no estabas bien, que no tuviste oportunidad de disfrutar, que no conociste más que una silla de ruedas y la enfermedad, aún así, me duele no tenerte. Te escribo estas líneas con la secreta pretensión de que si existe otro lugar puedas acercarte hoy en tu aniversario luctuoso a leerla, o si existen otros mecanismos por los cuales puedas ponerte en contacto directo con mi voluntad y pensamiento sepas lo mucho que te extraño y la falta que siempre me vas a hacer.


Apenas hoy pude sacar la foto tuya que me regaló mamá. Le tenía pánico hermano. Y sí, comencé a llorar. Me hacía falta en verdad. Llorarte a solas, en mi departamento, sin música, sin televisión, sólo tu foto y yo, tú en mis recuerdos, tú en cada cosa que hago desde que te fuiste porque asumí que me tocaba vivir por dos.


Sé que no estarás muy orgulloso si te digo que no he comido apenas en dos días. Espero que lo entiendas y me disculpes también por eso. Ya sé que no te gustaría verme así, pero me es inevitable Santiago.


¿Quién iba a decir que serías actor? No se te daba tan mal. Otra de las cosas que nunca te dije es que me enorgullecía verte en los paneles de publicidad gigantes y en la televisión. Sí, me guardé muchas cosas. Me enorgullecía verte luchando por salir adelante, rogarle a Dios que te echara una mano sabiendo muy dentro de ti que era verdaderamente complicado, aguantar vendavales de casa y familia y siendo y aceptando, curiosamente, el crisol de nuestra casa.


Ya han pasado esos días en los que te envidiaba de niño por las atenciones que te daban. Tuve que estar en terapia para comprender que las cabronadas que te hacía pertenecen a la etapa concreta de la infancia y que no pueden juzgarse ahora al trasluz de la madurez. Me alegra haber podido hablar contigo cada vez que llamaba a casa. Lo hacía por ti, no por nadie más. Fuiste tú el que me hizo volver a México apenas a los diez meses de haberme venido a vivir a España. Al menos arreglamos nuestras diferencias. Perdona que no haya regresado a tiempo y que me aferre al clavo ardiente de mi salvación telefónica de estos años, pero las cosas son así y no se pueden cambiar, por mucho que ahora quiera.


Tendría muchas más cosas que decirte Santiago. Pero ya no puedo.




Ángel Manuel Remis-Saucedo