Thursday, August 07, 2008

Sé que existes

Es veintisiete de julio del 2008 y hoy sé que existes. Ya lo sospechaba, pero por fin me lo confirmó tu mamá, por teléfono. Yo estoy en España, contando los días para volver a México y estar junto a ustedes.


Mira, te voy a ser sincero: tu madre y yo estamos bastante nerviosos. Eres el primero, chiquitín. Al principio, cuando la incertidumbre de tu esperada llegada ocupó todo mi pensamiento, me imaginé siendo padre, enseñándote todo lo que puedo, encauzando tu camino con firmes valores, forjándote como individuo independiente y de alta moral. Sí, muy siglo XIX, ¿qué le vamos a hacer si te tocó este padre?


Me sonreía viéndonos en mi imaginación enseñándote a hablar, a caminar tus primeros pasos con mi ayuda pero por tu propia cuenta, a andar en bicicleta sin las ruedas traseras… era la visión de mi paternidad, quizá de manera unilateral, pero de repente, sin esperarlo, la conciencia atravesó mi cuerpo entero y me mostró que tú, pequeñín, vienes de muy atrás, de miles de ancestros, de muchos siglos de andadura. Y, ante todo, que eres único, eres alguien que tendrá su propia conciencia, sus convicciones, sus sueños. Tener la certeza de que tú eres otra persona, separado y al mismo tiempo parte de mí, me sacudió, pues ya no era sólo mi paternidad protectora la que te observaba embelesada, sino la mirada atenta sobre alguien más, vivo y autónomo. Real.


Me pregunto cómo eres, de qué sangres antiguas tomarás tu cuerpo y tu alma, si serás niño o niña. Son tantas cosas, pequeñín. Estoy feliz de saberte presente. No te voy a mentir, éste lugar no es fácil, aunque créeme que no desearía jamás que te quedases atrás, de donde vienes. Esta vida también está llena de luz y los buenos momentos que somos capaces de disfrutar, compensan, con una sola sonrisa, el desbarajuste de la balanza universal.


Te quiero desde ya, desde antes de conocerte. Mis decisiones ya no son sólo los tirones sobre las bridas de mi propia vida que hace poco manejaba a mi antojo. Ahora estás tú, con tu madre y conmigo, apuntando con la luz de tu faro las costas adonde desembarcar. Quiero con todo el corazón ser un buen capitán. Te prometo que intentaré no equivocarme, pero claro, soy, igual que tú, persona, así que no me eches en cara alguna que otra equivocación, que si sucede, no será buscada, pues nos deseo lo mejor.


No he podido comer, pero no es porque me sienta mal, al contrario, el cuerpo no me pide nada; estoy completo. Sí, algo nervioso, como es natural, pero quédate tranquilo, que el desmayo espero que no llegue hasta tu primer grito.

Tuesday, June 03, 2008

Ataque de conciencia

Escribí el relato titulado OCHO SALAS específicamente para un concurso literario. Sí, ya sé que es una bajeza, pero con el dinero pensaba comprar libros. Aunque no me exime de mi responsabilidad, relataré el ataque de conciencia que a medio camino de su escritura se reveló contra mí mismo con la certeza de perder la posibilidad de quedar al menos finalista en el certamen.


Pues bien, como dije antes, escribí el relato para un concurso de relatos. Habían dos posibilidades: la primera era escribir un relato pasteloso sobre las maravillas del tema propuesto. La segunda y por la cual mi conciencia me condujo, fue escribir un relato sobre lo que realmente pensaba.

Como bien habrá podido suponer, atento lector, la verdad no peca, pero incomoda, así que ni me mencionaron entre los textos que tenían un risible accésit. Al menos duermo tranquilo sabiendo que no me he traicionado.

OCHO SALAS

Quise comprenderte y no fue fácil. Ya te puedes imaginar, me recorrí todos los pasos previos del menú de mecanismos de defensa, uno por uno, digiriéndolos, hasta llegar a hoy, lo que parece mi particular sublimación. Sí, es lo que deja la terapia, un registro conceptual de nuevos términos con los que intentar comprender esta realidad malsana. ¿Ves?, casi no puedo parar; iba a escribir realidad patógena.



Esta tarde tuve el valor suficiente para caminar hasta lo que tú describiste como la razón final de tu acto. ¿En realidad era ese el motivo o tenías otro fundamento? Ya no importa. Comprendí lo que querías decir; con retraso.



Llegué caminando, midiendo los pasos, no fuera a ser que me entrara el miedo y evitara enfrentarme a la realidad como cada vez que encontraba algo tuyo por casa; una fotografía con los dos sonriendo y la montaña de fondo, tu llavero colgado al lado de la puerta, la sombrilla en el paragüero, tu olor en los muebles, tu ropa en el cajón, en fin, todas esas pequeñas cosas que me obligaron a prender fuego al piso esta tarde y traer conmigo sólo tu maldita carta de despedida. Perdona, no quería exaltarme. Bueno, porqué no, mi terapeuta dice que a veces me reprimo demasiado. Verás cuando se entere del incendio.



Te decía que llegué caminando, al palacio. Lo único que pude coger antes de salir corriendo del piso y sus recuerdos llameantes fue una chaqueta tuya que había colgada todavía en el perchero y mi mariconera, donde traigo tu carta, esta libreta donde te escribo, un par de bolis y tu libro de viaje. ¿Por qué siempre te llevabas Rayuela en la maleta? En tu chaqueta me encontré tu reproductor en uno de los bolsillos y lo encendí. Aún tenía batería después de un año; maravillas de la ciencia. No creas que pulsé play para evadir la realidad, ya no me hacía falta; estoy mejor, de verdad. El fuego purifica. Esta vez quería disfrutar de tu música.



Me senté en una de las mesas de la terraza del bar que hay afuera del Palacio de los Páez de Castillejo, escuchando Un misil en mi placard, del unplugged de Soda Stereo, bebiendo un café solo mientras la canción, de nuevo, me recordaba a Rayuela. ¿Por qué esa debilidad por Argentina? Me quedé mirando la fachada del palacio que hace de museo y desde el principio comencé a entender lo que querías decir.
La portada estaba cubierta por una malla negra, supongo que para restaurar los relieves, o quizá para evitar a los pájaros, no sé bien, pero empecé a sentir el vacío. Sí, era una sensación fría, de tristeza, escalando por dentro. Apagué el reproductor, pedí un Disaronno para coger valor y, cuando lo terminé, entré al recinto, asumiendo que la malla de la fachada se parecía a esas medias negras de encaje tuyas que tanto me gustaba quitarte, lento.



Fui recorriendo una por una las salas, familiarizándome con el que fue tu espacio. Encontré utensilios que me indicaron que estaba desnudando una verdad; había lanzas o soliferrum, como tú me corregirías, alabardas, falcatas y hasta un puñal de ornamento. ¿Por eso elegiste el acero?



Continué mi ruta, periodo por periodo, deteniéndome en piezas que creía que habías nombrado alguna vez; en los pliegues perfectos de las thocatas, poniéndole tu rostro a las esculturas femeninas que carecían de cabeza. Había una que tenía tu mismo cuerpo, una preciosidad pétrea. Llegué a los epitafios y un escalofrío me recorrió entero. Tuve que preguntarme si el mirmilón Actius sería más feliz que yo, muerto temprano y con gloria en la arena.



Subí al segundo piso, volví a bajar, visité los tres patios de nuevo y me dije que sí, que tenías toda la razón, ¿cómo podían decir que dos millones de años estaban reunidos en ocho salas medio vacías? ¿Qué fue del pasado monumental del que tanto se vanagloria ésta ciudad si su museo arqueológico tiene ocho salas? ¡Sólo ocho salas! Te comprendí y tampoco pude soportar esta impotencia.



Sé que no leerás esta carta. Hace un año que te fuiste en la bañera, indignada, sin mí, con las venas abiertas y una cuchilla de acero al lado del shampoo. Muy cinematográfica, por cierto. Pero te comprendí, al final. ¿Cómo podemos soportar el paso del tiempo si nos roban hasta sus pruebas?



Ahora, voy a leerme Rayuela y, depende de lo que encuentre, decidiré entre la azotea de un rascacielos, barbitúricos, una bala o largarme a Argentina; talvez allí cuiden el tránsito de la Historia con más cariño. Siempre la pusiste como ejemplo. Perdona mi negligencia, podríamos habernos ido juntos.


Santiago Berdayes Echeverría.

CRÍTICA, LA MUERTE DEL ARTE.

Como he recibido numerosos correos inquisitivos y tres o cuatro cartas-bomba preguntándome acerca del porqué de las fotografías que aparecen en este blog, he decidido —por seguridad— explicar las razones fundamentales que me impulsaron a colgarlas, aunque claro, si lo explico, la magia del arte desaparecerá. Recuérdenselo a aquellos que les piden que les expliquen un poema o una pintura. Es un atentado contra la razón.


Pues bien, como pueden apreciar, las fotografías son dos. En una aparece una serpiente antropomórfica junto a una mujer dormida y, en la otra, una serpiente alada con una pirámide al fondo. Ambas representaciones corresponden al mito de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada de la cosmogonía azteca.


¿Por qué la elección de Quetzalcóatl? Pues es muy sencillo, tengo dos razones: la primera es demostrar que el mito prevalece sobre el tiempo y los sucesos, permea la conciencia personal y social y establece vínculos interiores entre el mundo individual y el compartido. Ahora bien, este caso particular corresponde a los mexicanos, pues el mito de Quetzalcóatl explica parte de nuestra historia al tiempo que nos separa un tanto de la visión occidental.


La segunda razón es de carácter individual. Al encontrar esas imágenes en la red me sorprendí de la actualidad de su factura, es decir, alguien, en algún lugar, invirtió tiempo y esfuerzo en plasmar su visión del mito, pero una visión actualizada, si no cómo se explica que la imagen de la serpiente emplumada con la pirámide de fondo tenga apariencia de caricatura japonesa ultrafuturista.


Ahora que he matado la magia secreta que me empujó a colgar las imágenes, espero que al menos se comprenda el porqué de mi elección (aunque haya tenido que conducir de la manita al poseedor de la tara que le impedía apreciar el valor de las imágenes).

Friday, March 07, 2008

Carta a Santiago

CARTA A SANTIAGO


A la memoria de Santiago Remis-Saucedo.
Descanse en paz.




Estoy escuchando de fondo a Los Tigres del Norte mientras te escribo. Bien sabes que no son muy de mi agrado pero los he puesto para ambientar el entorno ya que después de un año de nuestra definitiva separación siento que si preparo el ambiente me será más fácil escribirte. La prueba es que los he puesto pensando en ti y he recordado a la primera canción cómo te entusiasmaban y lo que discutíamos inútilmente sobre nuestros gustos musicales. En eso también nos parecemos, nunca dábamos nuestro brazo a torcer.


Te voy a ser sincero, no pienso rectificar ni una sola línea de las que te escribo, voy a dejar que corra la tinta al mismo tiempo que fluyen los pensamientos, así que si en tu afán de encontrar mis errores descubres que he repetido palabras o las frases quedan medio confusas, no te creas que es por falta de oficio, sino por temor a que se me inunden los ojos si repaso estas letras.


¿Alguna vez escuchaste hablar de George Perec? Era un escritor francés medio raro pero tiene un libro interesante que se titula en español Me acuerdo. Es curioso descubrir la cantidad de recuerdos medianamente olvidados que vienen a nuestra cabeza si nos ponemos a asociar ideas de nuestra infancia, adolescencia, lugares comunes o lo que sea. Como bien te imaginas tú siempre apareces en todas la líneas que llegué a escribir siguiendo el modelo de Perec. La verdad es que no me sorprendió demasiado, es bastante normal, lo que más que enoja es que no sé si alguna vez te dije o llegaste a imaginarte lo mucho que me importas.


En mi ejercicio de imitación del escritor francés aparecieron los tiempos dorados de Veracruz, ¿cómo no te vas a acordar de Mariela?, la armadura de los Ocampo en Cuauhtla donde tanto te reías cada vez que la golpeaba y caía la visera del caballero de bronce estático, el portón de la casa de Maruca el día que te machucaste el dedo y te quedó negra la uña no sé cuánto tiempo, los caballos del Centro Asturiano, tu miedo al escuchar el silbato del carro de camotes, los abrazos que te daba el abuelo, cuando aprendiste a caminar en Costa de Oro y cuando me decías sonso en vez de hermano y te reías como el cabroncete que siempre has sido al ver que me molestaba y encima te reían las gracias…


Como ves el tiempo tiene al menos la gracia de hacer que recordemos a las personas siempre con una sonrisa en el rostro, a menos que sean unos canallas y en lugar de eso nos den ganas de lanzar truenos por la boca. Pero contigo siempre sonrío. A pesar de nuestras diferencias supimos darnos cuenta a tiempo del cariño que en verdad nos unía.


¿Sabes? creo que alguna vez te dije que el hubiera es el tiempo maldito de nuestro idioma. Nos aviva la mente y comenzamos a darle vueltas a cositas pequeñas y acabamos cambiando nuestro mundo en nuestra imaginación de tal manera que cuando la cruel realidad acaba por alcanzarnos sentimos una desazón tan grande por todo lo que hemos hecho mal o simplemente dejado de hacer que odiamos ese tiempo del español. Contigo también es así; me reprocho más de lo habitual el no haber estado contigo a tiempo. Sé que no hay nada que hacer, lo sé, pero como me conoces espero que entiendas que si no te lo dije nunca es porque suelo encerrarme en esta burbuja que no permito traspasar a nadie. En ocasiones mis silencios se vuelven en mi contra pues la gente que no me conoce demasiado prefiere mandarme al carajo antes que comprender. Por mi parte no los culpo, pero a veces me duele que no me hayan dado siquiera la oportunidad de explicarme. Así que si no te lo dije antes, te lo digo ahora, perdona por no haber estado allí antes.


Mi imaginación se pone ahora a volar y surco océanos y vientos hasta llegar contigo. Te veo adolescente y enamorado de una chica judía que nunca podría haberte hecho el más mínimo caso en atención a las normas. Miro ahora los rayos del sol de España, tan distinto y tan parecido a la vez del de nuestra tierra mexicana, impactando sobre mi brazo, extendiendo su sombra sobre el cuaderno, dibujando la silueta perfecta de mis vellos y recuerdo al instante tu barba. ¿Por qué nunca te la dejaste? Seguro que te hubiese quedado bien.


Lo peor es mamá. No hablamos demasiado, al menos no tanto como tú con ella. Sí, ya sé, son cosas que pasan, que el tiempo va borrando. En fin, naturaleza nuestra. Pero ella me preocupa. No quisiera hacerle la pregunta fácil de que tan repetida pierde su significado. ¿Qué me diría? “bien, no te preocupes”. Quizá piense que no la entiendo. Y tal vez tenga razón, pero de cualquier manera intento ponerme en su lugar y sé que no son fechas fáciles. Estas distancias lo complican todo.


No sé, a veces cuando pienso en ti me voy por las ramas y me acomodo en respuestas fáciles. Me da por divagar, por darle sensatez a los hechos y creer que al menos la filosofía puede otorgar una repuesta. Al final no hallo ninguna, al contrario, me deja todo este devaneo con una desazón infernal que no cuaja más que en nudos de garganta y un par de blasfemias sinceras.


¿De qué sirve que estemos aquí? Y sin embargo nos aferramos a este mundo, a esta realidad. Cada vez que me lo pregunto creo llegar a una respuesta definitiva, al menos para mí lo es; creo que estamos aquí sólo para disfrutar. Sí, ¿no lo crees? No me explico cómo la gente decide hipotecar su futuro e ilusiones en créditos bancarios para hacerse con una casa, un coche, te lo juro que no sé. Tal vez carezcan de ambición o puede que realmente no se sientan mal consigo y su mundo y el que esté equivocado sea yo. En cualquier caso por más vueltas que le doy no tiene sentido.


Perdona, ya me estaba enroscando en uno de mis bucles interminables. Sí, el don de la palabra a veces se trasforma en un poder desmedido puesto al servicio de demasiada gente que no sabe lo mucho que puede hacer con ella, para bien o para mal, ¿me explico?


Estábamos en que si estoy en lo correcto y en este mundo no tenemos más función que pasárnoslo bien pues para sufrir ya hay tiempo o lugar o nada, entonces caigo como te decía antes en justificaciones que por muy sensatas que me parezcan no me dejan conforme. Lo que quiero decir es que aunque tú no estabas bien, que no tuviste oportunidad de disfrutar, que no conociste más que una silla de ruedas y la enfermedad, aún así, me duele no tenerte. Te escribo estas líneas con la secreta pretensión de que si existe otro lugar puedas acercarte hoy en tu aniversario luctuoso a leerla, o si existen otros mecanismos por los cuales puedas ponerte en contacto directo con mi voluntad y pensamiento sepas lo mucho que te extraño y la falta que siempre me vas a hacer.


Apenas hoy pude sacar la foto tuya que me regaló mamá. Le tenía pánico hermano. Y sí, comencé a llorar. Me hacía falta en verdad. Llorarte a solas, en mi departamento, sin música, sin televisión, sólo tu foto y yo, tú en mis recuerdos, tú en cada cosa que hago desde que te fuiste porque asumí que me tocaba vivir por dos.


Sé que no estarás muy orgulloso si te digo que no he comido apenas en dos días. Espero que lo entiendas y me disculpes también por eso. Ya sé que no te gustaría verme así, pero me es inevitable Santiago.


¿Quién iba a decir que serías actor? No se te daba tan mal. Otra de las cosas que nunca te dije es que me enorgullecía verte en los paneles de publicidad gigantes y en la televisión. Sí, me guardé muchas cosas. Me enorgullecía verte luchando por salir adelante, rogarle a Dios que te echara una mano sabiendo muy dentro de ti que era verdaderamente complicado, aguantar vendavales de casa y familia y siendo y aceptando, curiosamente, el crisol de nuestra casa.


Ya han pasado esos días en los que te envidiaba de niño por las atenciones que te daban. Tuve que estar en terapia para comprender que las cabronadas que te hacía pertenecen a la etapa concreta de la infancia y que no pueden juzgarse ahora al trasluz de la madurez. Me alegra haber podido hablar contigo cada vez que llamaba a casa. Lo hacía por ti, no por nadie más. Fuiste tú el que me hizo volver a México apenas a los diez meses de haberme venido a vivir a España. Al menos arreglamos nuestras diferencias. Perdona que no haya regresado a tiempo y que me aferre al clavo ardiente de mi salvación telefónica de estos años, pero las cosas son así y no se pueden cambiar, por mucho que ahora quiera.


Tendría muchas más cosas que decirte Santiago. Pero ya no puedo.




Ángel Manuel Remis-Saucedo


Monday, February 11, 2008

CONSEJOS DE BODA

CONSEJOS DE BODA




para Rosauro Varo Cobos, secuaz de bohemia


Ya sabes eso que dicen de que es de mala suerte verse con la novia el justo día de la boda antes de la ceremonia, puros argüendes de viejas, pero lo bueno es que yo no salí demasiado supersticioso. Me acuerdo que cuando me casé tenía ganas de ver a mi Paty esa mañana antes de ir a la iglesia y platicar un rato con ella porque yo estaba seguro de que andaba algo decaída aunque ella aparentara con su esplendorosa sonrisa que nada importaba y que ese día era el más feliz de nuestras vidas. En efecto se suponía que así tenía que ser pero mi suegro seis meses atrás había muerto y nos casábamos el ocho de abril, el justo día en que don Gregorio, de haber estado vivo, cumpliría sus sesenta y siete otoños.


Me acuerdo de que yo no sabía muy bien cómo acercarme al cuarto de Paty porque entre las madrinas, los floristas maricones, los encargados del banquete, su madre y amigas varias la tenían rodeada y no la dejaban ni un minuto sola, así que si quería aproximarme lo más importante era que no me vieran cerca porque si no me cortarían el paso y no me dejarían verla, ya ves, pinches viejas.


Era sábado y la misa iba a ser por la tarde y el banquete de gala después por la noche en el jardín de la casa, no sé si has visto el video. Le estuve dando vueltas al asunto un rato y aproveché para despistar a los que andaban en la casa cuando me despedí para ir a buscar con mi padre y mi hermano a los mariachis para la noche. Andando por el jardín me esperé en el balcón de la ventana de Paty; en un descuido me metí en su habitación cuando ella todavía sin ponerse el vestido de novia salió a hablar con los floristas porque su madre entró hecha un torbellino diciendo que no habían traído las flores del paraíso y querían colocar en su lugar flores de la maravilla de centros de mesas. Las dos se pusieron bravas y cuando salieron de la habitación a pelearse con los de las flores me aproveché para entrar y esconderme en el baño de la recámara.


Allí estaba yo esperando a que Paty volviera escuchando desde el baño el trino de las golondrinas que tenían sus nidos en las tejas del caserío, pensaba que por lo menos después de desahogarse un poco con los mariposones de las flores entraría un poco más tranquila porque ya sabes cómo se ponen las mujeres de nerviosas el día de su boda. Total que cuando regresó estaba peor que un huracán y para acabarla de amolar volvía con su madre. Yo no sabía muy bien qué hacer porque no podía salir del baño. Si doña Carlota descubría que quería ver a Paty antes de la boda me mataba, así que me metí sin hacer ruido dentro de la bañera y corrí la cortina poquito a poco, y mira cómo estaba de preocupado que me acuerdo que empecé a rezar rogándole a Dios que no le diera a nadie por bañarse en ese momento. Lo que son las cosas, en la casa hay cuatro baños más el de visitas y yo pensaba que justo tenían que meterse, a saber quién y porqué, a ducharse en el baño de Paty, cosa imposible porque para eso cada uno de la familia tenía su propio aseo en su habitación.


En fin, ahí andaba yo esperando a que saliera doña Carlota a cumplir con su papel de madre checando todos los detalles de la boda para que dejara sola a Paty y poder hablar con ella de una buena vez, pero nada, seguía mi suegra con la cantinela de que si la gente era inepta, que si las flores de la maravilla se iban a marchitar antes de que llegaran los invitados y que eso les pasaba a ellas por confiadas y contratar a los mismos del casamiento de su prima, que seguro se las había recomendado para arruinarles la boda porque ya sabían ellas de siempre que les había tenido envidia y no sé qué más. Y yo ahí sin moverme con una pierna ya medio entumida con el miedo a que me escucharan.


La verdad es que no les estaba poniendo mucha atención a lo que decían, más bien esperaba atento el ruido de la puerta al cerrar para poder salir del baño cuando doña Carlota se hubiese ido a joder por ahí a los cocineros o a quien se atravesara en su camino cuando de repente que se le suelta a Paty en un discurso que parecía que iba para largo; ya no podía hacer nada más que esperar y casi sin querer fui poniéndole atención a doña Carlota, primero porque no me quedaba de otra y segundo porque me parecía que al final iba a terminar hablando de mí, para variar. Y que se arranca la bruja:


- Mira Paty, tú ya eres mayorcita y de sobra comprendes como mujer madura que ya eres que me siento en el deber de recomendarte una vez más en este momento trascendental de tu vida el único consejo que puedo darte como tu madre: no dejes que te hagan pendeja como mí.


¿Te imaginas? Yo ahí en la bañera, tieso como una estatua para no hacer ruido y escuchando a la arpía de mi suegra diciéndole eso a la que dentro de poco sería mi mujer. No te puedes hacer ni una idea de lo que sentí. Luego siguió:


- Sí, ya sé que lo que menos quieres es que mancille la memoria de tu honrado padre en esta ocasión tan especial, te comprendo, pero hazme caso, que no te hagan pendeja mija.

- Mamá, no la friegues otra vez con lo mismo, porfa.

- Hazme caso hija, por una vez en tu vida hazme caso, que te hablo desde mi experiencia para que no te pase lo mismo.

- Pero si no me va a pasar lo mismo porque…

- Déjame decirte lo que quiero Paty y me callo, pero escúchame por favor. Como sabes con tu padre mi relación con él fue muy bonita de calle para afuera pero en casa esto era un infierno. A lo mejor ni tus hermanos ni tú se daban cuenta porque no discutíamos frente a ustedes, pero para mí el matrimonio fue un martirio.

- Pues papá siempre parecía contento.

- Y claro que estaba contento, el muy granuja nunca me fue infiel. Mira que intenté que me pusiera los cuernos, pero nada, él siempre tan mansote, tan de su casa. Con decirte que hasta le presentaba a mis amigas más facilotas y me desaparecía después de cenar para ver si quedando ellos solos se entendían, pero nada, el canalla nunca me puso los cuernos.

- Si es lo que te estaba diciendo mamá, que a mí no me va a pasar lo mismo porque Joaquín es muy macho, siempre que vamos por la calle se le van los ojos al libidinoso con la primera que se contonea, pero ahora lo tengo bien amarrado con el embarazo. Él no le ha dicho nada a sus padres; ya ves que su madre está aferrada a que la mujer que se case con su hijo tiene que ir de blanco al altar, así que le vamos a dar gusto; luego diremos que el niño es prematuro y todos contentos.

- Pues sí, Joaquín tiene facha de ser más mujeriego que el menso de tu padre. Pero lo que te digo hija, que no te hagan pendeja. Tú intenta presentarle a tus amigas más desaprensivas, solteras o casadas, da igual, que con alguna caerá. Y si no pues después de tener el hijo dedícate a engordar y cuando él te diga que porqué no te pones a hacer ejercicio, pues te metes a aerobics y nunca vas, pero eso sí, que él te recoja dentro del gimnasio y ya verás cómo se le van los ojos con las hembras y no tarda en picar.

- De cualquier manera a ti tampoco te ha ido tan mal al fin de cuentas, ¿no? Papá te dejó la casa y el seguro estaba a tu nombre.

- Pero no es lo mismo disfrutarlo de joven que de vieja. Además no sé dónde metió tu padre el dinero de las cuentas porque en el banco no había mucho que digamos, y ya ves, los negocios quedaron para tus hermanos.

- Bueno, lo que te cayó tampoco te viene mal, estás todavía joven y de muy buen ver. Consíguete un muchachito que te haga feliz y dedícate a viajar.

- Eso sin duda, pero como te digo, debería llevar ya por lo menos veinte años con esa realidad en vez de haberle entregado mi juventud a tu manso pater. Que no te pase lo mismo mija, aprovecha que tienes ganada a la familia de Joaquín y cuando te dé razones te divorcias y con la mitad que le saques de lo que tenga disfrutas por tu cuenta.


¿Ahora qué le iba a decir yo a Paty después de eso? De su padre si se acordaba no era que le doliese mucho el recuerdo de su reciente muerte. Por mi parte ya estaba en un compromiso porque si cancelaba la boda mataba a mi madre del disgusto e igual hasta me desheredaban al enterarse de que Paty estaba embarazada y encima ella quedaba como una mártir.


La cosa era salir pronto de allí sin que me viera nadie, sobre todo ellas. Paty y doña Carlota dejaron la conversación que traían al comprobar que las dos estaban de acuerdo y siguieron hablando de los preparativos como si nada. Pinches viejas, el veneno de la serpiente bíblica se trasmite de generación en generación, carajo.


Yo me sentía el pendejo más grande del mundo porque auque no te lo creas en ese momento me sentía un poco mal habiendo empujado a Paty al matrimonio por el embarazo. Yo estaba seguro de mis sentimientos, y también de los suyos, porque ella siempre me demostraba que me quería y ya habíamos hablado de casarnos, después de cinco años de noviazgo esa conversación era inevitable, pero mira por dónde cuando le dije que me diera una prueba de amor quedó embarazada y al final resultó que en vez de que yo cargara con la falta, al menos moral, me la habían endilgado y bien.


Lo bueno fue que otra vez llamó a la puerta uno de los mariquetas de las flores para decirles que ya habían llegado las flores del paraíso y quería mostrárselas a las señoras para saber si eran de su agrado. En cuanto salieron a comprobar el encargo me escapé como un rayo por donde había venido y me fui de la casa a beber con tu tío Santiago y tu abuelo, sin contarles nada. Ya de perdidos al río.


Del puro coraje no me pude embriagar antes de ir a la misa por más que lo intenté aunque mi padre tuvo que conducir de camino al santuario porque mi hermano y yo íbamos un poco entonados. La ceremonia en la iglesia del Sagrado Corazón no salió tan mal; entre lo achispado que andaba y lo encabronado de la noticia me acordé de la mitad de las respuestas que nos había enseñado el padre, no sé cómo no me volví diabético en el mismísimo altar; aunque eso sí, recalqué con tono declamatorio de mis años de colegial los votos que yo mismo escribí para tu madre. Puro teatro carajo.


Te cuento todo esto para que no te pase lo mismo que a mí mijo. Con tu abuelo don Gregorio que en paz descanse yo me llevaba muy bien, me quería como a un hijo, y más de una vez nos fuimos de rumba por ahí los dos solos. Para que te enteres tu abuelo era una ficha buena, lo conocían en todos los cabarets de la ciudad y tenía sus dos queridas fijas, más las muchas ilusas que dejaba cuando se cansaba de ellas, pero sin cargas eso sí, que para eso don Gregorio era muy formal y respondía de sus escuincles.


Don Gregorio sabía muy bien quién era doña Carlota y por eso nunca se metió con ninguna de sus amigas, era buen zorro el viejo. A las otras dos mujeres que tenía les dejó casa y cuentas a su nombre de las que no pudieron echar mano hasta que él murió. Tu abuelo era bien caliente pero cumplidor. Yo conozco a tus medios tíos y todos tienen carrera o negocio. Se aseguró de que las madres de sus chamacos fueran buenas mujeres que miraran por su futuro.


Por eso te cuento todo esto hoy Ramonín, en el día de tu boda, porque no sé si tu sospechas algo pero aquí donde me ves yo también seguí los pasos del viejo, sin que se enterara tu madre, porque igualita que tu abuela venía a por el dinero de mi familia y lo único que necesitaba para jugármela era un pretexto. Al final se le ciscó la intención a mi pobre Paloma Negra y se ha tenido que joder como su arpi-madre, yo creo que por eso siempre anda tan rejega.


Te lo cuento y ya tú sabrás qué haces porque como tu padre lo único que te puedo decir es que aunque tu madre me la aplicó quedándose embarazada de ti, tú siempre has sido mi hijo más querido y ya sólo me queda aconsejarte que de las viejas no te fíes, como decía tu abuelo: “una vez con todas, dos con muy pocas y tres con ninguna,” y si con esta que te casas tienes la suerte de que te salga buena, pues milagro y que te vaya bonito, pero de todas maneras tienes que andar a las vivas con tus queridas mijo, para que no te hagan pendejo.


Ángel Manuel Remis-Saucedo.

Monday, February 04, 2008

Misericordia

Misericordia

Sin duda es interesante analizar las relaciones que los hombres entablamos frente al arte, no me refiero a un ente abstracto y amplio sino por ejemplo ante nuestra mirada frente a una fotografía de Sebastião Salgado ó una de las pinturas iniciales de Édouard Manet. Podemos incluso llegar a sentir dolor.

Algo distinto nos sucede si contemplamos los lienzos del postimpresionista Henri Marie Raymond de Toulouse-Lautrec pues el espacio en el que se desarrollan las escenas construye un contexto que raya entre lo obsceno y el morbo.

¿Son muy distintos estos ejemplos visuales comparados con nuestra perspectiva diaria, es decir, en nuestra ciudad y a pie de calle? Por mi parte diría que no.

Córdoba posee un universo vital propio, bastante amplio si lo observamos con detenimiento. Podemos acaparar con nuestra mirada desde un espacio histórico-monumental hasta los rincones más proscritos de la vida cotidiana, en ocasiones relegados por nosotros mismos.

En la Avenida Gran Capitán al lado del Café Gaudí encontramos una imagen por todos conocida y quizá por muchos inmediatamente olvidada. Se trata de María José, conocida como La Marquesa.

María José es una anciana pequeña, delgada, con el pelo blanco y medianamente corto, siempre limpia y muy agradable si se la aborda con respeto. Las primeras veces que comencé a reparar en ella fue a raíz de una incongruencia que no alcanzaba a descifrar: su limpieza.

¿Cómo una mujer que vive en la calle puede tener la piel y la ropa tan limpias, además de combinar con buen gusto sus escasas prendas? Uno comienza a dejarse llevar por los momentos que le separan en la calle de su oficina o de la siguiente tienda a la que entrar y por unos instantes le dedica a María José un poco de su tiempo. Claro que la ociosidad es la madre de todos los vicios y antes de quedarnos a conversar con ella o entregarle una moneda preferimos imaginarnos su pasado a nuestro antojo. De ahí La Marquesa.

Pues bien, ni es Marquesa ni lo ha sido. María José es de Jaén aunque ha vivido en Barcelona, Zaragoza, Ibiza, Oviedo, Málaga… aunque recae en Córdoba siguiendo a su marido. En Jaén deja a su madre y a sus hijos, de los que es más bien parca al hablar pues “lo malo es que no te quieran” como ella confiesa.

Mientras se desarrolla la conversación me pregunto si la empatía que nos une en ese instante no será creada a raíz de la ternura que cualquier mujer mayor despierta en nosotros, quizá comparándola con nuestra propia madre. Desecho el pensamiento y me concentro pues es todo un acontecimiento que una mujer indigente brinde parte de su tiempo y sus sonrisas a un desconocido ya que la calle es dura y más cuando por las noches la recorren descerebrados que se divierten golpeando a los desventurados que la pueblan.

Pero María José no ha sido atacada, afortunadamente. Ni antes ni ahora. Lo que más le entristece es no poder acudir a una casa propia. De los albergues habilitados no tiene buenos recuerdos. Estar rodeada de gente desaseada que no conoce no le agrada demasiado, aunque sonríe cuando narra su breve estancia en un albergue del Brillante que administran unas monjas.

Es invierno, hace frío. María José organiza su cama. Primero un cartón extendido en el suelo, después echa encima un saco de dormir y a continuación una manta, con eso le basta. Claro que, por muy acostumbrado que esté uno al concreto los virus no perdonan. María José dice que no enferma con frecuencia pero si se siente mal compra en la farmacia lo que le haga falta. No acude a los hospitales porque tiene un marcado sentido del deber y quiere pagar la sanidad pública, aunque no puede.

Mientras hablamos corren los cigarros y cuando se interesa por alguna cuestión que le apasiona le brillan los ojos. Se queja cuando pierde un poco el hilo de la conversación pues es conciente de que su memoria a veces le traiciona. Antes de despedirnos le pregunto por la maleta que tiene, dice que se la ha comprado ella misma ahorrando porque tiene cerradura de combinación, así como también se compra su ropa porque le gusta sentirse guapa.

Me quedan pocas preguntas y le consulto por los amigos. Dice que no tiene amigos sino conocidos, algunas personas, pocas, que se detienen al pasar y le saludan. Queda reconcentrada y cierra ensimismada “cuando una persona llora es porque las demás la dejan llorar”.

Es hora de marchar, nos despedimos y emprendo el camino a casa bastante compungido. Llegaré al piso, pondré la calefacción y prepararé la cena. Quizá lea esta noche. ¿Y María José?

A ella le gusta leer. Si no pueden hacer nada más por ella además de darle unas monedas regálenle un libro, pero que no sea Misericordia, de Galdós, no sea que si lo leen antes de entregárselo se les parta el corazón.

Ángel Manuel Remis-Saucedo

Sunday, January 20, 2008

EN EL TENAMPA TE VINE A ENCONTRAR

Hoy le he pedido perdón a la virgencita de Guadalupe, allí en su casa la basílica. Le dije arrodillado que vengo de Cocula a matar a mi primo Isidro, el jerillo de la Hacienda La Cotera de Amatitán, también de allá en Jalisco. No sé si me ha perdonado lo que voy a hacer, pero por lo menos seguro que me entendió. Yo de todas maneras le encendí una veladora.

Llegué aquí a la capital buscando donde tocaran mariachis porque me dijeron que a mi primo le gusta la cantadera y que seguro que lo encontraba aquí en la Plaza Garibaldi porque cuentan que no canta malas rancheras, solamente que tiene mala sangre el muy desdichado porque cuando se toma una botella de tequila empieza a contar cosas que mejor tenía que guardarse pa´el, y más siendo cosas de familia, que a nadie le importan ni le interesan.

El encargo me lo hizo mi abuelo Don Anselmo Arteaga, padre de mi padre y caporal de La Ensenada. Ya cuando andaba enfermo y a punto de morirse me dijo que allá por los tiempos de la Revolución, cuando él era muy chamaco todavía, tuvo que emigrar pa´los Estados Unidos, porque las tropas de Villa andaban quemando las haciendas.

Dice que a él le tocó ver cómo colgaban al caporal de La Sauceda, que era nuestra. Me contó que se escondió con sus hermanos y sus padres en las porquerizas pa´que no los encontraran, y que tras la baleada nomás no pudieron evitar que le prendieran fuego a todo el casco de la hacienda y a los sembradíos.

Me dijo que pues ya nomás no pudieron hacer nada más que caminarle al norte y que si no es por un buen paisano de Guadalajara, amigo de mi bisabuelo Don Martín Arteaga que era el hacendado de La Sauceda, pues no tienen ni como seguirle, pues imagínate tú, eran ocho criaturas con mi abuelo más la madre, que pal´ caso el padre ni come con tal de no ver a sus angelitos desfallecer, pero eran nueve bocas, óyeme.

Total que con el encomiendo a Dios y el poco dinero que llevaban pudieron llegar al norte. Allá se quedaron doce años hasta que se acabó la revuelta y volvieron con lo poco que juntaron de regreso pa´ Jalisco.

De la Hacienda La Sauceda quedó solamente el casco medio cayéndose y como tres mil hectáreas de sembradío en propiedad, de las treinta mil que tenía antes; y adivina de quién eran ahora, pues del hermano de mi bisabuelo, Mauro Arteaga, que antes de la revolución era cabestrero.

Pues de ahí viene el cuento este, oye. Que el Mauro este se fue de revolucionario con Villa pa´ denunciar a los hacendados a cambio de que en la repartición le tocara un casco de hacienda. Y mira tú que el General Villa no era tan tonto que le dejó La Sauceda, que era de mi bisabuelo, su hermano, pa´ que ante la gente de las cercanías se supiera quién había sido el soplón.

Ahora es cuando la cosa se pone buena, porque ya lo perdido, pues perdido, pero dicen que el dinero malo no hace ganancia en manos de ladrón. Pues mira tú que quedó medio atontado el tal Mauro con eso de saber que le había robado a su propio hermano, que nomás se la pasaba bebiendo y bebiendo en las cantinas, de mujeriego y peleonero buscando la muerte.

Al final se gastó todo lo que tenía jugando a las cartas con los otros dizque hacendados a los que les regalaron las tierras en la repartición. En una de esas partidas que se le viene la mala mano y pierde todo el patrimonio, así como lo oyes, en una jugada se le fue la hacienda, las tierras y hasta el caballo.

Cuentan que se quedó mirando las cartas un rato largo y que ni parpadeaba. Al final se levantó de la mesa, firmó el documento y dicen que pidió la última botella que tomaría con sus amigos. En la mesa yo creo que pensaban que esas palabras eran porque se había quedado sin dinero, pero la verdad es que la intención era otra bien distinta.

Lo llevaron a la que ya no era su casa de madrugada, cantando, según me contó mi abuelo. Levantó a la mujer y a los hijos, les dio dos cinturonzazos a cada uno y les dijo que no entraran hasta el otro día a la hacienda a recoger sus cosas, porque esa ya no era su casa.

Vete tú a saber si fue un accidente o no, pero pa´mi que no. Esa noche se prendió La Sauceda con Mauro y todo adentro, y dicen los que lo vieron que las llamas se veían desde el Cerro de La Estrella.

Pos ya te podrás imaginar el coraje que hizo mi bisabuelo Don Martín Arteaga, que ya andaba venadeando al Mauro pa´ matarlo en la cantina por ladrón cuando se enteró. Pues que se me muere el pobre del disgusto, imagínate tú el coraje que le dio que hasta la tumba lo llevó por no poder vengarse.

Mi bisabuelo le dio el encargo a mi abuelo pa´ que completara su venganza, porque si es verdad que La Sauceda ya no iba a ser pa´ nadie, pues que no se quedara el agravio así sin cobrarse.

Mi abuelo no quiso ir a buscar a los hijos del Martín porque eran hijos de viuda y eso a una madrecita no se le hace, así que dejó correr los años. Después a mi padre, Facundo Arteaga, que era buen gallo, lo mató un caballo que se encabritó en la sierra siendo yo un niño y pues ya nomás quedé yo pa´ cumplimentar el encargo, que pa´ eso soy el primogénito varón de mi familia.

Mi abuelo me dijo que era por la honra que nos robaron en la Revolución, y encima nuestra propia sangre, así que pues ya ves, al final te encontré después de tantos tropiezos aquí en la capital, y aunque seamos ya primos segundos, pues las promesas son pa´ cumplirlas, que pa´ eso aquí traigo la pistola de mi bisabuelo así que ya ni modo Isidro, dispénsame pero nos tomamos la botella y terminamos con esta historia tan atrasada que apenas hoy se viene a cumplir, pero mientras ve llamando a los mariachis que nos cantamos algo, ¿no primo?





Ángel Manuel Remis-Saucedo