Monday, February 11, 2008

CONSEJOS DE BODA

CONSEJOS DE BODA




para Rosauro Varo Cobos, secuaz de bohemia


Ya sabes eso que dicen de que es de mala suerte verse con la novia el justo día de la boda antes de la ceremonia, puros argüendes de viejas, pero lo bueno es que yo no salí demasiado supersticioso. Me acuerdo que cuando me casé tenía ganas de ver a mi Paty esa mañana antes de ir a la iglesia y platicar un rato con ella porque yo estaba seguro de que andaba algo decaída aunque ella aparentara con su esplendorosa sonrisa que nada importaba y que ese día era el más feliz de nuestras vidas. En efecto se suponía que así tenía que ser pero mi suegro seis meses atrás había muerto y nos casábamos el ocho de abril, el justo día en que don Gregorio, de haber estado vivo, cumpliría sus sesenta y siete otoños.


Me acuerdo de que yo no sabía muy bien cómo acercarme al cuarto de Paty porque entre las madrinas, los floristas maricones, los encargados del banquete, su madre y amigas varias la tenían rodeada y no la dejaban ni un minuto sola, así que si quería aproximarme lo más importante era que no me vieran cerca porque si no me cortarían el paso y no me dejarían verla, ya ves, pinches viejas.


Era sábado y la misa iba a ser por la tarde y el banquete de gala después por la noche en el jardín de la casa, no sé si has visto el video. Le estuve dando vueltas al asunto un rato y aproveché para despistar a los que andaban en la casa cuando me despedí para ir a buscar con mi padre y mi hermano a los mariachis para la noche. Andando por el jardín me esperé en el balcón de la ventana de Paty; en un descuido me metí en su habitación cuando ella todavía sin ponerse el vestido de novia salió a hablar con los floristas porque su madre entró hecha un torbellino diciendo que no habían traído las flores del paraíso y querían colocar en su lugar flores de la maravilla de centros de mesas. Las dos se pusieron bravas y cuando salieron de la habitación a pelearse con los de las flores me aproveché para entrar y esconderme en el baño de la recámara.


Allí estaba yo esperando a que Paty volviera escuchando desde el baño el trino de las golondrinas que tenían sus nidos en las tejas del caserío, pensaba que por lo menos después de desahogarse un poco con los mariposones de las flores entraría un poco más tranquila porque ya sabes cómo se ponen las mujeres de nerviosas el día de su boda. Total que cuando regresó estaba peor que un huracán y para acabarla de amolar volvía con su madre. Yo no sabía muy bien qué hacer porque no podía salir del baño. Si doña Carlota descubría que quería ver a Paty antes de la boda me mataba, así que me metí sin hacer ruido dentro de la bañera y corrí la cortina poquito a poco, y mira cómo estaba de preocupado que me acuerdo que empecé a rezar rogándole a Dios que no le diera a nadie por bañarse en ese momento. Lo que son las cosas, en la casa hay cuatro baños más el de visitas y yo pensaba que justo tenían que meterse, a saber quién y porqué, a ducharse en el baño de Paty, cosa imposible porque para eso cada uno de la familia tenía su propio aseo en su habitación.


En fin, ahí andaba yo esperando a que saliera doña Carlota a cumplir con su papel de madre checando todos los detalles de la boda para que dejara sola a Paty y poder hablar con ella de una buena vez, pero nada, seguía mi suegra con la cantinela de que si la gente era inepta, que si las flores de la maravilla se iban a marchitar antes de que llegaran los invitados y que eso les pasaba a ellas por confiadas y contratar a los mismos del casamiento de su prima, que seguro se las había recomendado para arruinarles la boda porque ya sabían ellas de siempre que les había tenido envidia y no sé qué más. Y yo ahí sin moverme con una pierna ya medio entumida con el miedo a que me escucharan.


La verdad es que no les estaba poniendo mucha atención a lo que decían, más bien esperaba atento el ruido de la puerta al cerrar para poder salir del baño cuando doña Carlota se hubiese ido a joder por ahí a los cocineros o a quien se atravesara en su camino cuando de repente que se le suelta a Paty en un discurso que parecía que iba para largo; ya no podía hacer nada más que esperar y casi sin querer fui poniéndole atención a doña Carlota, primero porque no me quedaba de otra y segundo porque me parecía que al final iba a terminar hablando de mí, para variar. Y que se arranca la bruja:


- Mira Paty, tú ya eres mayorcita y de sobra comprendes como mujer madura que ya eres que me siento en el deber de recomendarte una vez más en este momento trascendental de tu vida el único consejo que puedo darte como tu madre: no dejes que te hagan pendeja como mí.


¿Te imaginas? Yo ahí en la bañera, tieso como una estatua para no hacer ruido y escuchando a la arpía de mi suegra diciéndole eso a la que dentro de poco sería mi mujer. No te puedes hacer ni una idea de lo que sentí. Luego siguió:


- Sí, ya sé que lo que menos quieres es que mancille la memoria de tu honrado padre en esta ocasión tan especial, te comprendo, pero hazme caso, que no te hagan pendeja mija.

- Mamá, no la friegues otra vez con lo mismo, porfa.

- Hazme caso hija, por una vez en tu vida hazme caso, que te hablo desde mi experiencia para que no te pase lo mismo.

- Pero si no me va a pasar lo mismo porque…

- Déjame decirte lo que quiero Paty y me callo, pero escúchame por favor. Como sabes con tu padre mi relación con él fue muy bonita de calle para afuera pero en casa esto era un infierno. A lo mejor ni tus hermanos ni tú se daban cuenta porque no discutíamos frente a ustedes, pero para mí el matrimonio fue un martirio.

- Pues papá siempre parecía contento.

- Y claro que estaba contento, el muy granuja nunca me fue infiel. Mira que intenté que me pusiera los cuernos, pero nada, él siempre tan mansote, tan de su casa. Con decirte que hasta le presentaba a mis amigas más facilotas y me desaparecía después de cenar para ver si quedando ellos solos se entendían, pero nada, el canalla nunca me puso los cuernos.

- Si es lo que te estaba diciendo mamá, que a mí no me va a pasar lo mismo porque Joaquín es muy macho, siempre que vamos por la calle se le van los ojos al libidinoso con la primera que se contonea, pero ahora lo tengo bien amarrado con el embarazo. Él no le ha dicho nada a sus padres; ya ves que su madre está aferrada a que la mujer que se case con su hijo tiene que ir de blanco al altar, así que le vamos a dar gusto; luego diremos que el niño es prematuro y todos contentos.

- Pues sí, Joaquín tiene facha de ser más mujeriego que el menso de tu padre. Pero lo que te digo hija, que no te hagan pendeja. Tú intenta presentarle a tus amigas más desaprensivas, solteras o casadas, da igual, que con alguna caerá. Y si no pues después de tener el hijo dedícate a engordar y cuando él te diga que porqué no te pones a hacer ejercicio, pues te metes a aerobics y nunca vas, pero eso sí, que él te recoja dentro del gimnasio y ya verás cómo se le van los ojos con las hembras y no tarda en picar.

- De cualquier manera a ti tampoco te ha ido tan mal al fin de cuentas, ¿no? Papá te dejó la casa y el seguro estaba a tu nombre.

- Pero no es lo mismo disfrutarlo de joven que de vieja. Además no sé dónde metió tu padre el dinero de las cuentas porque en el banco no había mucho que digamos, y ya ves, los negocios quedaron para tus hermanos.

- Bueno, lo que te cayó tampoco te viene mal, estás todavía joven y de muy buen ver. Consíguete un muchachito que te haga feliz y dedícate a viajar.

- Eso sin duda, pero como te digo, debería llevar ya por lo menos veinte años con esa realidad en vez de haberle entregado mi juventud a tu manso pater. Que no te pase lo mismo mija, aprovecha que tienes ganada a la familia de Joaquín y cuando te dé razones te divorcias y con la mitad que le saques de lo que tenga disfrutas por tu cuenta.


¿Ahora qué le iba a decir yo a Paty después de eso? De su padre si se acordaba no era que le doliese mucho el recuerdo de su reciente muerte. Por mi parte ya estaba en un compromiso porque si cancelaba la boda mataba a mi madre del disgusto e igual hasta me desheredaban al enterarse de que Paty estaba embarazada y encima ella quedaba como una mártir.


La cosa era salir pronto de allí sin que me viera nadie, sobre todo ellas. Paty y doña Carlota dejaron la conversación que traían al comprobar que las dos estaban de acuerdo y siguieron hablando de los preparativos como si nada. Pinches viejas, el veneno de la serpiente bíblica se trasmite de generación en generación, carajo.


Yo me sentía el pendejo más grande del mundo porque auque no te lo creas en ese momento me sentía un poco mal habiendo empujado a Paty al matrimonio por el embarazo. Yo estaba seguro de mis sentimientos, y también de los suyos, porque ella siempre me demostraba que me quería y ya habíamos hablado de casarnos, después de cinco años de noviazgo esa conversación era inevitable, pero mira por dónde cuando le dije que me diera una prueba de amor quedó embarazada y al final resultó que en vez de que yo cargara con la falta, al menos moral, me la habían endilgado y bien.


Lo bueno fue que otra vez llamó a la puerta uno de los mariquetas de las flores para decirles que ya habían llegado las flores del paraíso y quería mostrárselas a las señoras para saber si eran de su agrado. En cuanto salieron a comprobar el encargo me escapé como un rayo por donde había venido y me fui de la casa a beber con tu tío Santiago y tu abuelo, sin contarles nada. Ya de perdidos al río.


Del puro coraje no me pude embriagar antes de ir a la misa por más que lo intenté aunque mi padre tuvo que conducir de camino al santuario porque mi hermano y yo íbamos un poco entonados. La ceremonia en la iglesia del Sagrado Corazón no salió tan mal; entre lo achispado que andaba y lo encabronado de la noticia me acordé de la mitad de las respuestas que nos había enseñado el padre, no sé cómo no me volví diabético en el mismísimo altar; aunque eso sí, recalqué con tono declamatorio de mis años de colegial los votos que yo mismo escribí para tu madre. Puro teatro carajo.


Te cuento todo esto para que no te pase lo mismo que a mí mijo. Con tu abuelo don Gregorio que en paz descanse yo me llevaba muy bien, me quería como a un hijo, y más de una vez nos fuimos de rumba por ahí los dos solos. Para que te enteres tu abuelo era una ficha buena, lo conocían en todos los cabarets de la ciudad y tenía sus dos queridas fijas, más las muchas ilusas que dejaba cuando se cansaba de ellas, pero sin cargas eso sí, que para eso don Gregorio era muy formal y respondía de sus escuincles.


Don Gregorio sabía muy bien quién era doña Carlota y por eso nunca se metió con ninguna de sus amigas, era buen zorro el viejo. A las otras dos mujeres que tenía les dejó casa y cuentas a su nombre de las que no pudieron echar mano hasta que él murió. Tu abuelo era bien caliente pero cumplidor. Yo conozco a tus medios tíos y todos tienen carrera o negocio. Se aseguró de que las madres de sus chamacos fueran buenas mujeres que miraran por su futuro.


Por eso te cuento todo esto hoy Ramonín, en el día de tu boda, porque no sé si tu sospechas algo pero aquí donde me ves yo también seguí los pasos del viejo, sin que se enterara tu madre, porque igualita que tu abuela venía a por el dinero de mi familia y lo único que necesitaba para jugármela era un pretexto. Al final se le ciscó la intención a mi pobre Paloma Negra y se ha tenido que joder como su arpi-madre, yo creo que por eso siempre anda tan rejega.


Te lo cuento y ya tú sabrás qué haces porque como tu padre lo único que te puedo decir es que aunque tu madre me la aplicó quedándose embarazada de ti, tú siempre has sido mi hijo más querido y ya sólo me queda aconsejarte que de las viejas no te fíes, como decía tu abuelo: “una vez con todas, dos con muy pocas y tres con ninguna,” y si con esta que te casas tienes la suerte de que te salga buena, pues milagro y que te vaya bonito, pero de todas maneras tienes que andar a las vivas con tus queridas mijo, para que no te hagan pendejo.


Ángel Manuel Remis-Saucedo.

Monday, February 04, 2008

Misericordia

Misericordia

Sin duda es interesante analizar las relaciones que los hombres entablamos frente al arte, no me refiero a un ente abstracto y amplio sino por ejemplo ante nuestra mirada frente a una fotografía de Sebastião Salgado ó una de las pinturas iniciales de Édouard Manet. Podemos incluso llegar a sentir dolor.

Algo distinto nos sucede si contemplamos los lienzos del postimpresionista Henri Marie Raymond de Toulouse-Lautrec pues el espacio en el que se desarrollan las escenas construye un contexto que raya entre lo obsceno y el morbo.

¿Son muy distintos estos ejemplos visuales comparados con nuestra perspectiva diaria, es decir, en nuestra ciudad y a pie de calle? Por mi parte diría que no.

Córdoba posee un universo vital propio, bastante amplio si lo observamos con detenimiento. Podemos acaparar con nuestra mirada desde un espacio histórico-monumental hasta los rincones más proscritos de la vida cotidiana, en ocasiones relegados por nosotros mismos.

En la Avenida Gran Capitán al lado del Café Gaudí encontramos una imagen por todos conocida y quizá por muchos inmediatamente olvidada. Se trata de María José, conocida como La Marquesa.

María José es una anciana pequeña, delgada, con el pelo blanco y medianamente corto, siempre limpia y muy agradable si se la aborda con respeto. Las primeras veces que comencé a reparar en ella fue a raíz de una incongruencia que no alcanzaba a descifrar: su limpieza.

¿Cómo una mujer que vive en la calle puede tener la piel y la ropa tan limpias, además de combinar con buen gusto sus escasas prendas? Uno comienza a dejarse llevar por los momentos que le separan en la calle de su oficina o de la siguiente tienda a la que entrar y por unos instantes le dedica a María José un poco de su tiempo. Claro que la ociosidad es la madre de todos los vicios y antes de quedarnos a conversar con ella o entregarle una moneda preferimos imaginarnos su pasado a nuestro antojo. De ahí La Marquesa.

Pues bien, ni es Marquesa ni lo ha sido. María José es de Jaén aunque ha vivido en Barcelona, Zaragoza, Ibiza, Oviedo, Málaga… aunque recae en Córdoba siguiendo a su marido. En Jaén deja a su madre y a sus hijos, de los que es más bien parca al hablar pues “lo malo es que no te quieran” como ella confiesa.

Mientras se desarrolla la conversación me pregunto si la empatía que nos une en ese instante no será creada a raíz de la ternura que cualquier mujer mayor despierta en nosotros, quizá comparándola con nuestra propia madre. Desecho el pensamiento y me concentro pues es todo un acontecimiento que una mujer indigente brinde parte de su tiempo y sus sonrisas a un desconocido ya que la calle es dura y más cuando por las noches la recorren descerebrados que se divierten golpeando a los desventurados que la pueblan.

Pero María José no ha sido atacada, afortunadamente. Ni antes ni ahora. Lo que más le entristece es no poder acudir a una casa propia. De los albergues habilitados no tiene buenos recuerdos. Estar rodeada de gente desaseada que no conoce no le agrada demasiado, aunque sonríe cuando narra su breve estancia en un albergue del Brillante que administran unas monjas.

Es invierno, hace frío. María José organiza su cama. Primero un cartón extendido en el suelo, después echa encima un saco de dormir y a continuación una manta, con eso le basta. Claro que, por muy acostumbrado que esté uno al concreto los virus no perdonan. María José dice que no enferma con frecuencia pero si se siente mal compra en la farmacia lo que le haga falta. No acude a los hospitales porque tiene un marcado sentido del deber y quiere pagar la sanidad pública, aunque no puede.

Mientras hablamos corren los cigarros y cuando se interesa por alguna cuestión que le apasiona le brillan los ojos. Se queja cuando pierde un poco el hilo de la conversación pues es conciente de que su memoria a veces le traiciona. Antes de despedirnos le pregunto por la maleta que tiene, dice que se la ha comprado ella misma ahorrando porque tiene cerradura de combinación, así como también se compra su ropa porque le gusta sentirse guapa.

Me quedan pocas preguntas y le consulto por los amigos. Dice que no tiene amigos sino conocidos, algunas personas, pocas, que se detienen al pasar y le saludan. Queda reconcentrada y cierra ensimismada “cuando una persona llora es porque las demás la dejan llorar”.

Es hora de marchar, nos despedimos y emprendo el camino a casa bastante compungido. Llegaré al piso, pondré la calefacción y prepararé la cena. Quizá lea esta noche. ¿Y María José?

A ella le gusta leer. Si no pueden hacer nada más por ella además de darle unas monedas regálenle un libro, pero que no sea Misericordia, de Galdós, no sea que si lo leen antes de entregárselo se les parta el corazón.

Ángel Manuel Remis-Saucedo