Sunday, January 20, 2008

EN EL TENAMPA TE VINE A ENCONTRAR

Hoy le he pedido perdón a la virgencita de Guadalupe, allí en su casa la basílica. Le dije arrodillado que vengo de Cocula a matar a mi primo Isidro, el jerillo de la Hacienda La Cotera de Amatitán, también de allá en Jalisco. No sé si me ha perdonado lo que voy a hacer, pero por lo menos seguro que me entendió. Yo de todas maneras le encendí una veladora.

Llegué aquí a la capital buscando donde tocaran mariachis porque me dijeron que a mi primo le gusta la cantadera y que seguro que lo encontraba aquí en la Plaza Garibaldi porque cuentan que no canta malas rancheras, solamente que tiene mala sangre el muy desdichado porque cuando se toma una botella de tequila empieza a contar cosas que mejor tenía que guardarse pa´el, y más siendo cosas de familia, que a nadie le importan ni le interesan.

El encargo me lo hizo mi abuelo Don Anselmo Arteaga, padre de mi padre y caporal de La Ensenada. Ya cuando andaba enfermo y a punto de morirse me dijo que allá por los tiempos de la Revolución, cuando él era muy chamaco todavía, tuvo que emigrar pa´los Estados Unidos, porque las tropas de Villa andaban quemando las haciendas.

Dice que a él le tocó ver cómo colgaban al caporal de La Sauceda, que era nuestra. Me contó que se escondió con sus hermanos y sus padres en las porquerizas pa´que no los encontraran, y que tras la baleada nomás no pudieron evitar que le prendieran fuego a todo el casco de la hacienda y a los sembradíos.

Me dijo que pues ya nomás no pudieron hacer nada más que caminarle al norte y que si no es por un buen paisano de Guadalajara, amigo de mi bisabuelo Don Martín Arteaga que era el hacendado de La Sauceda, pues no tienen ni como seguirle, pues imagínate tú, eran ocho criaturas con mi abuelo más la madre, que pal´ caso el padre ni come con tal de no ver a sus angelitos desfallecer, pero eran nueve bocas, óyeme.

Total que con el encomiendo a Dios y el poco dinero que llevaban pudieron llegar al norte. Allá se quedaron doce años hasta que se acabó la revuelta y volvieron con lo poco que juntaron de regreso pa´ Jalisco.

De la Hacienda La Sauceda quedó solamente el casco medio cayéndose y como tres mil hectáreas de sembradío en propiedad, de las treinta mil que tenía antes; y adivina de quién eran ahora, pues del hermano de mi bisabuelo, Mauro Arteaga, que antes de la revolución era cabestrero.

Pues de ahí viene el cuento este, oye. Que el Mauro este se fue de revolucionario con Villa pa´ denunciar a los hacendados a cambio de que en la repartición le tocara un casco de hacienda. Y mira tú que el General Villa no era tan tonto que le dejó La Sauceda, que era de mi bisabuelo, su hermano, pa´ que ante la gente de las cercanías se supiera quién había sido el soplón.

Ahora es cuando la cosa se pone buena, porque ya lo perdido, pues perdido, pero dicen que el dinero malo no hace ganancia en manos de ladrón. Pues mira tú que quedó medio atontado el tal Mauro con eso de saber que le había robado a su propio hermano, que nomás se la pasaba bebiendo y bebiendo en las cantinas, de mujeriego y peleonero buscando la muerte.

Al final se gastó todo lo que tenía jugando a las cartas con los otros dizque hacendados a los que les regalaron las tierras en la repartición. En una de esas partidas que se le viene la mala mano y pierde todo el patrimonio, así como lo oyes, en una jugada se le fue la hacienda, las tierras y hasta el caballo.

Cuentan que se quedó mirando las cartas un rato largo y que ni parpadeaba. Al final se levantó de la mesa, firmó el documento y dicen que pidió la última botella que tomaría con sus amigos. En la mesa yo creo que pensaban que esas palabras eran porque se había quedado sin dinero, pero la verdad es que la intención era otra bien distinta.

Lo llevaron a la que ya no era su casa de madrugada, cantando, según me contó mi abuelo. Levantó a la mujer y a los hijos, les dio dos cinturonzazos a cada uno y les dijo que no entraran hasta el otro día a la hacienda a recoger sus cosas, porque esa ya no era su casa.

Vete tú a saber si fue un accidente o no, pero pa´mi que no. Esa noche se prendió La Sauceda con Mauro y todo adentro, y dicen los que lo vieron que las llamas se veían desde el Cerro de La Estrella.

Pos ya te podrás imaginar el coraje que hizo mi bisabuelo Don Martín Arteaga, que ya andaba venadeando al Mauro pa´ matarlo en la cantina por ladrón cuando se enteró. Pues que se me muere el pobre del disgusto, imagínate tú el coraje que le dio que hasta la tumba lo llevó por no poder vengarse.

Mi bisabuelo le dio el encargo a mi abuelo pa´ que completara su venganza, porque si es verdad que La Sauceda ya no iba a ser pa´ nadie, pues que no se quedara el agravio así sin cobrarse.

Mi abuelo no quiso ir a buscar a los hijos del Martín porque eran hijos de viuda y eso a una madrecita no se le hace, así que dejó correr los años. Después a mi padre, Facundo Arteaga, que era buen gallo, lo mató un caballo que se encabritó en la sierra siendo yo un niño y pues ya nomás quedé yo pa´ cumplimentar el encargo, que pa´ eso soy el primogénito varón de mi familia.

Mi abuelo me dijo que era por la honra que nos robaron en la Revolución, y encima nuestra propia sangre, así que pues ya ves, al final te encontré después de tantos tropiezos aquí en la capital, y aunque seamos ya primos segundos, pues las promesas son pa´ cumplirlas, que pa´ eso aquí traigo la pistola de mi bisabuelo así que ya ni modo Isidro, dispénsame pero nos tomamos la botella y terminamos con esta historia tan atrasada que apenas hoy se viene a cumplir, pero mientras ve llamando a los mariachis que nos cantamos algo, ¿no primo?





Ángel Manuel Remis-Saucedo