Monday, February 04, 2008

Misericordia

Misericordia

Sin duda es interesante analizar las relaciones que los hombres entablamos frente al arte, no me refiero a un ente abstracto y amplio sino por ejemplo ante nuestra mirada frente a una fotografía de Sebastião Salgado ó una de las pinturas iniciales de Édouard Manet. Podemos incluso llegar a sentir dolor.

Algo distinto nos sucede si contemplamos los lienzos del postimpresionista Henri Marie Raymond de Toulouse-Lautrec pues el espacio en el que se desarrollan las escenas construye un contexto que raya entre lo obsceno y el morbo.

¿Son muy distintos estos ejemplos visuales comparados con nuestra perspectiva diaria, es decir, en nuestra ciudad y a pie de calle? Por mi parte diría que no.

Córdoba posee un universo vital propio, bastante amplio si lo observamos con detenimiento. Podemos acaparar con nuestra mirada desde un espacio histórico-monumental hasta los rincones más proscritos de la vida cotidiana, en ocasiones relegados por nosotros mismos.

En la Avenida Gran Capitán al lado del Café Gaudí encontramos una imagen por todos conocida y quizá por muchos inmediatamente olvidada. Se trata de María José, conocida como La Marquesa.

María José es una anciana pequeña, delgada, con el pelo blanco y medianamente corto, siempre limpia y muy agradable si se la aborda con respeto. Las primeras veces que comencé a reparar en ella fue a raíz de una incongruencia que no alcanzaba a descifrar: su limpieza.

¿Cómo una mujer que vive en la calle puede tener la piel y la ropa tan limpias, además de combinar con buen gusto sus escasas prendas? Uno comienza a dejarse llevar por los momentos que le separan en la calle de su oficina o de la siguiente tienda a la que entrar y por unos instantes le dedica a María José un poco de su tiempo. Claro que la ociosidad es la madre de todos los vicios y antes de quedarnos a conversar con ella o entregarle una moneda preferimos imaginarnos su pasado a nuestro antojo. De ahí La Marquesa.

Pues bien, ni es Marquesa ni lo ha sido. María José es de Jaén aunque ha vivido en Barcelona, Zaragoza, Ibiza, Oviedo, Málaga… aunque recae en Córdoba siguiendo a su marido. En Jaén deja a su madre y a sus hijos, de los que es más bien parca al hablar pues “lo malo es que no te quieran” como ella confiesa.

Mientras se desarrolla la conversación me pregunto si la empatía que nos une en ese instante no será creada a raíz de la ternura que cualquier mujer mayor despierta en nosotros, quizá comparándola con nuestra propia madre. Desecho el pensamiento y me concentro pues es todo un acontecimiento que una mujer indigente brinde parte de su tiempo y sus sonrisas a un desconocido ya que la calle es dura y más cuando por las noches la recorren descerebrados que se divierten golpeando a los desventurados que la pueblan.

Pero María José no ha sido atacada, afortunadamente. Ni antes ni ahora. Lo que más le entristece es no poder acudir a una casa propia. De los albergues habilitados no tiene buenos recuerdos. Estar rodeada de gente desaseada que no conoce no le agrada demasiado, aunque sonríe cuando narra su breve estancia en un albergue del Brillante que administran unas monjas.

Es invierno, hace frío. María José organiza su cama. Primero un cartón extendido en el suelo, después echa encima un saco de dormir y a continuación una manta, con eso le basta. Claro que, por muy acostumbrado que esté uno al concreto los virus no perdonan. María José dice que no enferma con frecuencia pero si se siente mal compra en la farmacia lo que le haga falta. No acude a los hospitales porque tiene un marcado sentido del deber y quiere pagar la sanidad pública, aunque no puede.

Mientras hablamos corren los cigarros y cuando se interesa por alguna cuestión que le apasiona le brillan los ojos. Se queja cuando pierde un poco el hilo de la conversación pues es conciente de que su memoria a veces le traiciona. Antes de despedirnos le pregunto por la maleta que tiene, dice que se la ha comprado ella misma ahorrando porque tiene cerradura de combinación, así como también se compra su ropa porque le gusta sentirse guapa.

Me quedan pocas preguntas y le consulto por los amigos. Dice que no tiene amigos sino conocidos, algunas personas, pocas, que se detienen al pasar y le saludan. Queda reconcentrada y cierra ensimismada “cuando una persona llora es porque las demás la dejan llorar”.

Es hora de marchar, nos despedimos y emprendo el camino a casa bastante compungido. Llegaré al piso, pondré la calefacción y prepararé la cena. Quizá lea esta noche. ¿Y María José?

A ella le gusta leer. Si no pueden hacer nada más por ella además de darle unas monedas regálenle un libro, pero que no sea Misericordia, de Galdós, no sea que si lo leen antes de entregárselo se les parta el corazón.

Ángel Manuel Remis-Saucedo

No comments: